"Estos tipos no saben lo que hacen",
"creen que gobernar un país es igual que dirigir una empresa",
"los CEOS no saben gobernar". Varios autores
“Para que nuestro
oponente se someta a nuestra voluntad debemos colocarlo en una tesitura más desventajosa
que la que supone el sacrificio que le exigimos. Las desventajas de tal posición
no tendrán que ser naturalmente transitorias, o al menos no tendrán que parecerlo,
pues de lo contrario el oponente tendería a esperar momentos más favorables y se
mostraría remiso a rendirse”. Von Clausewitz, “De la guerra”
A la vista
de la destrucción derechos populares, soberanía y capacidad productiva que el
macrismo viene realizando, muchos compañeros tienden a creer que buena parte de
las medidas de ajuste y sus consecuencias son efectos no previstos, leche derramada
de quien no sabe calentar una mamadera.
El diagnóstico sobre el desastre es correcto: destrucción
de las trazas de Estado de bienestar que construyera el kirchnerismo en doce
años, cambio de soberanía y emblocamiento americano por alineamiento con EEUU/
buitres/OTAN, timba financiera y exportación primaria en lugar de desarrollo
industrial y mercado interno.
Lo que falla es la explicación. El gobierno, sus
funcionarios, saben lo que quieren hacer y lo están haciendo del modo más
eficaz posible.
Nos demuelen un edificio y, según el nivel de la protesta que se produzca, nos alcanzan
un par de bolsas de residuos para que nos tapemos de la lluvia en basural. Ejemplo: Cresta Roja, 3500 obreros en la calle. Protestan, balas de goma,
gases y manguereada. Luego, 1500 entran como precarizados, sin antigüedad ni
estabilidad, el resto sigue desocupado y mira tras un alambre cómo Macri
anuncia el veto a la ley de emergencia laboral. Otro ejemplo: blanqueo de
capitales fugados para, dicen, pagar el 82% a los jubilados. ¿A todos? No. A
los que les falten aportes su remuneración sería el 82% del salario mínimo porque,
dice el ministro respectivo, “no sería justo que quien tributó cobre igual que
quien no lo hizo”. En su óptica, que trata de masificar como sentido común, sería
justo tratar a fugadores de divisas, lavadores y evasores de impuestos (400 mil millones, dicen muchos
economistas) igual que a quienes tributaron regularmente, pero les parece injusto pagarle toda su jubilación a quienes fueron estafados por empresarios
inescrupulosos y/o no tuvieron el suficiente poder como para que les hicieran
los aportes. La última: tarifazos de
hasta el mil por ciento y tras los reclamos de provincias, oferta de bajar el
tarifazo al ¡500 %! Y con perspectiva de completar el resto antes de fin de
año.
Ejemplos estatales: la idea de vender las acciones
privadas en poder de la ANSES “si no alcanzaran los fondos que vienen del
blanqueo”. O nombrar a cargo de cada ministerio a quienes esos ministerios
debieran controlar o denunciar ante la justicia por evasión, lavado, etc. Otro: despedir
a quienes controlan procedimientos empresariales y emplear a adeptos para que le
hagan marketing a los que debieran ser controlados.
No se pueden evaluar estas acciones con la lógica de un
capitalismo productivista, desarrollista, mesiánico en sus expectativas de
alcance de bienestar. Ese capitalismo, el del Estado de bienestar, fruto tanto
de profundas luchas y sacrificio popular en todo el mundo a la vez que del
enriquecimiento y desarrollo desmesurado de tecnología e industria mediante dos
guerras mundiales y miles de guerras intermedias y posteriores, ese capitalismo
que se creía en desarrollo permanente comenzó a morir en los ´70 y sólo
reaparece en modos inesperados y de la mano de los sectores postergados cuando estallan
las crisis de hegemonía que el modelo neoliberal mismo genera.
Lejos del concepto de hegemonía gramsciano, el de un
sector de clase que emerge con capacidad de expresar los intereses de la mayor
parte de los sectores sociales y convierte su proyecto de dominación en el
único posible, lo que caracteriza a este nuevo ya viejo capitalismo es su
recaída en crisis permanentes pues no trata de unir a todos tras una gran utopía
sino de demostrar que eso es imposible y que su proyecto es sencillamente el menos peor, el
único viable.
El desprestigio de lo político, del Estado, de lo
colectivo, de los valores que mejor expresan a la humanidad, lejos de
debilitarlo lo consolida. Si todo es malo, mejor que gobiernen los poderosos,
si repartir es delirante, mejor que recuperen la plata los poderosos que, de
última, son los dueños de todo. Cambiar futuro por pasado, como bien lo sintetizara
el inconciente de la actual gobernadora de la Provincia de Buenos Aires.
Las crisis, lejos de hacerle perder terreno al modelo
posindustrial, le sirven para eliminar competidores en el reparto de la
riqueza. No sólo a trabajadores y productores, sino también a empresas y empresarios,
gobiernos y países que se apropien de lo que los grandes grupos consideran
propio. Las crisis, como siempre lo han sido, pero hoy más que nunca, son vía
de concentración de riqueza y de poder. Los muertos, los desocupados, las áreas que
desguazan, las recesiones, el endeudamiento, son efectos deseados en la
búsqueda de mayor concentración. Como bien dijera Clausewiz, “si tienes que atacar a tu enemigo, hazlo del modo que le causes el
mayor daño posible y que mayor sea su dificultad para devolver el golpe”.
Es lo mismo que CEOs como los del gobierno hacen en el ámbito privado cuando
hay que discontinuar empresas o ramas enteras de la producción en beneficio de “modernizar”
la economía, esto es: derivar capitales al ámbito especulativo, producir cada
vez con menos empleados, eliminar derechos laborales, achicar incluso el número
de empresas que realmente manejan la economía mundial y las locales.
Ni las declaraciones ni las acciones de este gobierno son impensadas:
los brulotes del tipo “remeras en la casa
mientras nieva afuera”, “no daba para comer afuera dos días por semana”, no
son estupidez ni precariedad política, son señales de triunfo hacia un pueblo y un
proyecto que creen derrotados. Mensajes que anuncian que este gobierno puede
ser peor aún de lo que es hoy. Para que ese mensaje cuaje, las medidas tienen
que definir un panorama peor que aquel que corporaciones y oligarquía quieren
imponernos. Clausewitz putro, política de guerra: a un enemigo ni se le dice con
tibieza que se lo va a vencer ni se lo ataca con almohadones, se lo debilita
con acciones agresivas y contundentes, se lo intimida con brutalidad en el
discurso.Ese es el signo de este gobierno, hacer mediante medidas
burocráticas respaldadas por agencias y bancos internacionales, el empresariado
corporativo y partidos definitivamente conquistados por la nueva ola neoliberal
lo que hace 40 años nos hicieran estos
mismos actores manejando vía genocidio.
Así que no, no es ni impericia ni falta de política sino
todo lo contrario. Es el poder y su discurso en su estado más puro.
Nada hay que esperar de este gobierno más que la
repetición de esta conducta en la expectativa de concretar la derrota popular, ese es su objetivo destruir hasta sus cimientos la cultura de participación, reclamo e incidencia
estatal de nuestro pueblo. Aquella que se iniciara en hace más de doscientos
años y renaciera una y otra vez en formas diferentes para proyectarse a los últimos
doce años. La reunificación social, la estabilización económica y el restablecimiento
del desarrollo sólo pueden venir de la mano de la confrontación con estas
políticas destructivas. Sólo de nuestro lado está esa posibilidad de
reestablecer el tejido social y productivo. En nuestra debilidad relativa, esa
posibilidad es la que debiera alentarnos a recuperar la iniciativa.
Una última consideración: el desierto en la Plaza de Mayo
este último 25 fue señalado por muchos de nosotros como una carencia del gobierno.
Respecto un 25 como el del 2015, este 25 resultó deslucido, falto de pueblo y
de apoyo popular al gobierno.
Es cierto. Pero esa consideración no puede ignorar un
elemento central: el año pasado éramos gobierno, este año no. Del único modo en
que este 25 de mayo hubiera sido un desaire para el gobierno es si hubiéramos
sabido generar nuestro propio 25 de mayo, el de la multitud de compatriotas que
siguen revindicando la gesta de la independencia y la soberanía. El 9 de julio
está por delante y es probable que el gobierno no juegue la misma carta: en su
política de restauración cultural buscará hacer un bicentenario de estampita
y uniformes con la ayuda de algún gobernador transformista.
Construir un bicentenario del pueblo debiera ser el objetivo de todos los sectores enfrentados a la restauración oligárquica.