Como suele decir el amigo y compañero Jorge
Rachid, las elecciones de octubre no serán una fiesta de cumpleaños. Desde el
fraude, la proscripción, la multiplicación de causas hasta las campañas de
medios y el aporte del FMI, todo estará al servicio de un solo objetivo:
impedir nuestro arribo al gobierno, garantizar la continuidad neoliberal. Desde
allí, consolidar el cerco sobre los gobiernos populares resistentes mientras se
saquea lo que queda de Argentina.
Nuestro triunfo significará un hito en la
disputa, pero no detendrá la acción de la derecha: la confluencia de los EEUU y
los sectores más entreguistas del poder local va en un mismo sentido: más incidencia del
poder imperialista en lo local para impedir el éxito de un gobierno popular y
multiplicar los negocios de sus trasnacionales, cerrar el cerco sobre los gobiernos
populares que sobreviven en la región.
En este panorama, la crisis que se extiende
a todos los planos de la vida nacional, la degradación de la figura
presidencial y la fragmentación del bloque de poder que supo sostenerlo, no
modifican la acción de Cambiemos: tiene que consolidar su tropa profundizando su
política y hasta amenazar con hacerlo más rápido y a mayor profundidad en un
eventual segundo periodo presidencial. En consonancia con esta política, la promoción
de candidaturas que dividan a la oposición, la difamación, el soborno, la
extorsión y la elevación de grados de violencia estarán al orden del día.
También el aprovechamiento de cada
resultado electoral, como se pudo ver en las recientes elecciones de Neuquén. Las
usinas mediáticas fueron por la construcción de una derrota kirchnerista cuando
lo notorio era la derrota aplastante de Cambiemos, último triunfador en un distrito
que lleva décadas votando al movimiento local en las provinciales. La acción distractiva,
de dudoso resultado fuera de los lectores y audiencia cautivos del monopolio
mediático, contó con la ayuda de un errado diagnóstico local de paridad,
ampliamente desmentido por los resultados. Ello deja una enseñanza: toda acción
de la unidad opositora debe atender a consolidar nuestro espacio de cara a la
gran batalla: las presidenciales de octubre. Cada acierto se medirá en esa
contienda, cada error también.
No hay, por lo tanto espacio electoral que
se pueda sustraer a las elecciones presidenciales. Esto vale tanto para las
contiendas de gobierno como para las gremiales, profesionales, sociales y todo
aquel espacio donde la disputa será la misma: o se concreta la unidad de todas
y todos quienes se oponen al gobierno o se está retrocediendo de cara a octubre.
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Las presidenciales y la
disputa nacional y regional
Este 2019 demarca tres salidas posibles para Argentina.
Dos conducirían, en mayor o menor tiempo, al pasaje a la desesperación, el quiebre social y la violencia generalizada.
Una, que no tengamos candidato para vencer a Macri. Su victoria o la de un sustituto implicaría profundización del ajuste, el despojo, la desnacionalización, el desastre.
U otra: que nuestro/a candidato/a no tenga la suficiente convocatoria, respaldo y referencia en el pueblo como para implementar una política de reparación nacional con miles sino millones de compatriotas bancando en la calle.
Esto último, refiere a la tercera salida: que ganemos con amplia convocatoria en la calle, sólo lo garantiza Cristina, no se transfiere ni se inventa, ya que los liderazgos son consecuencia de épicas sociales, no de laboratorios.
Respecto a las dos primeras, si ganara Macri o un sustituto del mismo espacio, la oligarquía y EEUU tendrían la ventaja de ir contra un pueblo nuevamente derrotado. Estos tres años son ejemplificadores de cómo incide en la combatividad popular una situación de confusión y falta de perspectiva de poder.
Pero si en cambio logramos vencer en las presidenciales desde la unidad contra el neoliberalismo, nos estaríamos encaramando sobre un triunfo y sobre el nuevo acceso al Estado para recuperar iniciativa, organización y bancar la confrontación.
Dos conducirían, en mayor o menor tiempo, al pasaje a la desesperación, el quiebre social y la violencia generalizada.
Una, que no tengamos candidato para vencer a Macri. Su victoria o la de un sustituto implicaría profundización del ajuste, el despojo, la desnacionalización, el desastre.
U otra: que nuestro/a candidato/a no tenga la suficiente convocatoria, respaldo y referencia en el pueblo como para implementar una política de reparación nacional con miles sino millones de compatriotas bancando en la calle.
Esto último, refiere a la tercera salida: que ganemos con amplia convocatoria en la calle, sólo lo garantiza Cristina, no se transfiere ni se inventa, ya que los liderazgos son consecuencia de épicas sociales, no de laboratorios.
Respecto a las dos primeras, si ganara Macri o un sustituto del mismo espacio, la oligarquía y EEUU tendrían la ventaja de ir contra un pueblo nuevamente derrotado. Estos tres años son ejemplificadores de cómo incide en la combatividad popular una situación de confusión y falta de perspectiva de poder.
Pero si en cambio logramos vencer en las presidenciales desde la unidad contra el neoliberalismo, nos estaríamos encaramando sobre un triunfo y sobre el nuevo acceso al Estado para recuperar iniciativa, organización y bancar la confrontación.
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La decisión del Frente Córdoba Ciudadana
Es este mosaico de situaciones el que se hace
presente hoy con la vigencia de las elecciones en cada distrito y el que define
el eje de construcción: sea cual sea la fecha de la elección local la propuesta
debe tener en cuenta ante todo su contribución al triunfo en octubre.
No se trata de juntarnos con los mejores,
ni siquiera con los que guste a tal o cual, sino de separar del neoliberalismo
a la mayor cantidad de sectores que nos sea posible. Hablamos de sectores, porque aquellos
con quienes nos aliamos no son personas aisladas sino referentes de grupos
sociales. Es por eso que se producen las alianzas en política: porque hay quien
busca reunir a la mayoría social para
gobernar. Hoy, los neoliberales para superexplotar cada vez más y marginar cada
vez a más personas, nosotros para impedirlo.
Es lo que se puso al orden el día cuando el
resultado entre Unión por Córdoba y Cambiemos estuvo en duda. No se trataba ya
de rescatar a uno u otro o igualarlos, sino de tener en claro que un triunfo de
Cambiemos tendría una incidencia relativa pero de todos modos favorable al gobierno
en las elecciones subsiguientes, mientras que una derrota en uno de sus
distritos insignia contribuiría a ir confirmando el clima de época de
decadencia que va rodeando al macrismo. Si bien la derrota no se produciría a
manos de nuestra propuesta de unidad, resultaría de una fuerza sin proyección
nacional a la vista. Fuerza que irá sintiendo, de cara a su necesidad de paliar
lo que cuatro años de Cambiemos le hicieron a la provincia, los efectos de
nuestro crecimiento electoral conforme Cristina lance su candidatura.
En octubre puede ser que no triunfemos en
algunas provincias, pero si hacemos la diferencia suficiente, los votos
necesarios para sumar y ganar en las presidenciales estaremos en condiciones de
ir recuperando terreno en todos los distritos, conforme la recuperación que
nuestro gobierno traerá a la Nación.
Con ese panorama, la decisión de no
terciar, de buscar incluso puntos de confluencia con el oficialismo cordobés,
se muestra como la decisión correcta. Esto no sólo en el sentido defensivo,
evitar la victoria de Cambiemos, sino también en el sentido de ir aportando a
una perspectiva diferente para el electorado cordobés, una perspectiva que vaya
trazando una división entre sus expectativas y la propuesta neoliberal.
Una sola cuestión es posible que afectara
la decisión de no presentar lista: el mejor momento para negociar con un
adversario es cuando éste tiene alguna debilidad. La unidad de Cambiemos
implicaba el peligro para Unión por Córdoba, pero esa debilidad se va
despejando cuando Cambiemos se fractura. A la vista de las reacciones entre
militantes y referentes que siguieron a la comunicación del compañero Carro, es
posible pensar que los acuerdos en el espacio no ayudaban a negociar en
distinto sentido o tomar este tipo de decisiones antes.
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Hay en este sentido una
discusión para dar
Es importante ser militante y la resistencia
se nutre del compromiso, sacrificio y creatividad colectiva que la militancia
implica. Pero venimos de protagonizar doce años de gobierno. Quienes fueron funcionarios,
quienes militamos en cada espacio, quienes contribuimos a la conquista de
derechos, la inclusión, la soberanía, la felicidad de nuestra gente, todos fuimos
responsables de esos doce años de gestión de Estado, de ingreso del interés y
la cultura popular al Estado, de avance hacia formas populares de gobierno. Eso
nos coloca frente a una responsabilidad ineludible: medir nuestras acciones por
cómo promueven el acceso del pueblo al gobierno. Es lo que hizo el compañero
Carro al definir prioridades y dar la cara con una resolución que si bien contribuye
al objetivo principal, choca con expectativas previas.
En todos los casos, queda por delante una
tarea para el Frente, que es contribuir desde su perspectiva política para que
la derrota de quienes hoy manejan el país resulte contundente.
La actitud mayoritaria de nuestro pueblo está dando una
señal: el poder está en juego este año, al menos la porción de poder a que
puede aspirar el pueblo. Y se disputa en elecciones.
Para llegar a las calles llenas de compatriotas defendiendo
sus derechos tenemos que producir una demostración
de poder: GANEMOS LAS ELECCIONES NACIONALES.
El lugar donde se juntarán
quienes no se interesan en la política pero sí en sus familias, amigos o
vecinos, quienes no nos quieren pero padecen al macrismo, quienes siempre nos
votan porque la memoria popular está en su ADN, quienes creen que somos tibios
pero reconocen que somos más y resistimos, quienes militan en las buenas y en
las malas, quienes quisieran ir más rápido, pero se contienen, el lugar donde
nos encontraremos todos los que no bancamos al macrismo serán las mesas de
votación.
Mario Burgos