viernes, 28 de junio de 2013

Rayuela, Cortázar y el sexo de los argentinos. cincuenta años

Rayuela cumple cincuenta años desde su primera publicación. cuarenta y seis años, me digo, desde mi primer lectura.
En el fragmento que se adjunta más abajo se ve a Julio Cortázar explicar sin mucho bombo, con suma sencillez y mayor humildad, cómo se permitió crear un tipo de lector, el lector postRayuela: ese tipo que a partir de Rayuela, incluso hoy sin haberlo leído y tal vez sin pensar en su existencia, agarra un libro cualquiera y lo lee a partir de la página que se le ocurre, sigue por ídem y rescata, entiende, proyecta, supone y eslabona en complicidad necesaria con el autor, pero sin que importe demasiado si ese rescate, el entendimiento,  la proyección, lo que supone y concatena, tiene algo que ver con lo que pretendía el autor. 
Ese lector, podemos agregar medio siglo después de aquel momento, que recién con la explosión de internet encuentra el mundo que Rayuela le permitiera entrever desde las páginas comunes y corrientes de ese libro común y corriente que en su aspecto no arriesgaba más novedad que una rayuela dibujada en blanco a mano alzada sobre un fondo negro en el que resalta el nombre de Julio en el lugar que  debía decir "cielo".
Mucho se puede decir -se dijo y se escribió- sobre las tres formas de leerlo que proponía Cortázar y las casi infinitas maneras que emergían como posibles apenas uno tomaba en cuenta la propuesta del autor: si se podía leer de corrido, si se podía leer pasando el capítulo x al  x+5 y de allí al x-3 ¿por qué no hacerlo de otro modo?
Por ejemplo ¿por qué no leérselo a TU Maga a partir de esos polvos a la vez gloriosos y dolorosos en que se enredan Oliveira y la mujer que lo desvela, atormenta y lo lleva al cielo en unos pocos saltos? ¿por qué no ir después a cualquier párrafo o capítulo tras un recorrido de tu propia Maga por tu cuerpo y/o viceversa?
Mucho se ha dicho también respecto de qué tipo de lector abrazó desde el vamos esta novela. Cortázar decía en otra entrevista: "escribí una novela para un lector de mi edad y costumbres. Me encontré con que Rayuela fue leído y aprobado principalmente por los jóvenes, en Argentina y en toda América". 
Seguro que el estilo, las formas, el momento, el autor, todo concurrió a que Rayuela, los jóvenes y Cortázar nos encontráramos unos a otros en esa transición de los derrotados sesentas a los esperanzados setenta y nos hiciéramos inseparables. 
Pero confieso que era poco lo que yo sabía en aquel entonces de estilos y corrientes literarias y sospecho que lo mismo pasaba con la mayoría de los que cambiaron su mirada tras leer unas páginas de Rayuela. Tampoco sabia demasiado de jazz cuando leí "El Perseguidor", pero ese oscuro y provocador antihéroe fue el que me me preparó para Oesterheld y sus personajes. 
El caso es que creo que antes que Cortázar nos abriera un millón de mundos con su mirada lateral hizo algo más, algo que nos capturó para siempre: con Rayuela, tal vez antes pero nunca de un modo tan profundo y arrasador con en sus capítulos, Julio sacó al sexo del pozo en que lo mantuvo sumergido durante décadas la pacatería oligárquica y sus seguidores y colocó al sexo justo al lado, el el lugar y en el camino del amor,  de un modo indivisible, tan doloroso y glorioso como el momento en que cada uno de los jóvenes de aquella generación llegamos a ese mismo lugar que Él era capaz de narrar y discernir por nosotros. 
Siento que con ese sólo acto de traer el sexo desde la nada al centro del amor, nuestro amor presente de jóvenes extrañados en un país que silenciaba el sexo con tanta fuerza como la muerte,. Cortázar contribuyó a inventar una juventud capaz de animarse a todo porque lo que más le gustaba hacer a esa juventud pasó gracias a Cortázar al centro de la escena: amor y sexo, placer y dolor, lo eterno y lo efímero en un entrelazarse de cuerpos, la Maga y Oliveira, ella y yo. Cualquiera con cualquiera, sentenciaría Néstor Perlongher si escuchara esto en algùn pasillo de la Facultad en aquellos días. 
Claro que hubo otros escritores que trazaron coordenada parecidas en otros lugares del mundo e incluso antes, pero este tipo de hablar afrancesado y raro, desde Europa, al  joven argentino ya perdido para convocatorias castrenses, a nosotros los setentistas, nos interpelaba en nuestro descubrimiento carnal y nuestro goce como si hiciera, (hacía) lilteratura de nuestras fantasías y descubrimientos.




martes, 4 de junio de 2013

Juana Azurduy, Colón y el lugar que te da el pueblo

"Colón en su lugar y Azurduy en Palermo", dice Mempo en Página 12 hoy, 4 de junio. ¿Cuál es el lugar de Colón?¿Cuál el de Juana? 
Va de suyo que ambos ya no viven entre nosotros: la cuestión es qué hacer con estatuas que los sostienen en la memoria colectiva. 
Ese es el valor o desvalor de una estatua: proyectar hacia el futuro virtudes colectivas o individuales, forjar identidad. 
Ahora bien ¿cuál es el lugar de una estatua que no debió ser? Hablo de aquellas estatuas que no resaltan lo mejor de lo humano, sino su negación. En principio, respondo: la piedra sin tallar, el mineral no explotado. O la oscuridad de los depósitos.
Se discute si el último malón se produjo en 1904 en San Javier, Provincia de Santa Fe o en Frotín Yunká, Formosa, en 1909, o… Algo no se discute:  cuando originarios atacaban a blancos se hablaba –y se habla-  de malón, mientras que cada uno de los hechos de agresión que durante siglos se produjeron contra originarios nunca tuvo más nombre que “partida”, “campaña”. En todo caso a lo largo de esos siglos simplemente se lo llamó “progreso”.
El gobierno nacional tuvo en estos últimos días la idea de sacar de Plaza de Mayo el monumento a Colòn, iniciador –conciente o no- de esos siglos de exterminio a partir de una invasión que aún muchos llaman “descubrimiento”. El monumento sería trasladado a Mar del Plata y su lugar sería ocupado por un monumento a Juana Azurduy donado por el presidente Evo Morales.
A partir de allí se abrió un debate, no sobre la oportunidad de hacerlo, lo que en sí es muy opinable, sino sobre si es correcto o no sacar el monumento de la Plaza de Mayo.
Hoy escucho, de paso, en un programa de Canal 7 que dirige el Bahiano: “Juana Azurduy tampoco sería una santa”. Lo dijo un pibe en esa suerte de dispositivo de época por medio del cual victimarios y víctimas resultan “dos campanas” equivalentes. 
Claro, no hay santas fuera de los rituales de la iglesia. Los humanos somos quienes somos en función de otras determinaciones. Por ejemplo: somos fundadores de libertad, como Juana Azurduy, San Martín, Bolívar, Evita, Walsh,  o fundadores de opresión, como aquellos que en su tiempo no tenían empacho de llamarse a sí mismos “conquistadores”.  
La verdad, ya lo decía Nietsche, es una construcción de poder: porque cada vez más excluidos nos incluímos y construimos poder para opinar sobre presente y pasado es que podemos condenar al opresor y revindicar al libertario de hoy y de ayer. Ambas, inclusión y construcción de una verdad democrática, hacen una humanidad mejor y eso se expresa también en símbolos: la imagen de Evita en un billete o en el Ministerio de salud, grandes mujeres nominan un salón en casa de gobierno, Marina Vilte, Guillermo Barros, Requena y otros dirigentes secuestrados y /o asesinados dan su nombre a escuelas, Videla y Bignone ya no se ven en los cuadros en el Colegio Militar. Símbolos: cuadros, estatuas, imágenes, frases, formas de continuidad de culturas que de ese modo se recrean y consolidan. Y se excluyen, porque el quien libera merece el homenaje popular y el quien oprime merece el repudio.
Podría decirse: pero esto es reciente, en cambio la conquista es pasado, ya quedó atrás.
En su artículo en Página 12,  Mempo Giardinelli reflexiona:” La Historia de una Nación no es propiedad de un único conglomerado humano” y agrega “y sobre todo no se cambia de un día para otro”.
En cuanto a lo primero, aún valorando el compromiso y honestidad de Mempo, es preciso afirmar todo lo contrario: la historia sí ha sido propiedad de un único conglomerado humano. En la Plaza hoy en discusión, un 25 de mayo de 1810 se abrió un proceso plurinacional y multirracial tan rico como la gesta de Castelli, Moreno, Belgrano, San Martín y tantos otros. La contrarevolución fue apartando a originarios, gauchos, el interior, genocidios mediante. Se los llamó primero “civilización”, luego “unificación nacional”, después “campaña al desierto”. La oligarquía y los grupos que surgieron a su sombra trataron de liquidar todo vestigio del sueño inicial de patria grande a la vez que construyeron la historia oficial, la que aún hoy se resiste al debate en escuelas y universidades, en calles y plazas públicas.
Así, la estatua del asesino Lavalle sigue frente al lugar en que estaba la vieja casa de su víctima, Dorrego y de cara al mayor símbolo del poder judicial. Otro asesino, más masivo, aunque no sabía cabalgar se erige a caballo en diagonal Sur, amenazante, la vista en la Plaza de Mayo. No es sólo “un monumento” a Roca: es una amenaza, tantas veces cumplida como tantas veces la oligarquía pudo retomar impulso contra el pueblo a sangre y fuego.
Así que Mempo en esto acierta: esa historia no se cambia de un día para otro.
Si el resultado del último genocidio hubiera sido diferente, si Videla y los suyos hubieran podido ir aún más lejos y liquidar todo vestigio del irigoyenismo, del peronismo y los setenta, Alfonsín no hubiera podido emprender el “nunca más”. Néstor no hubiera sido presidente, Tampoco habría ordenado bajar los cuadros. Videla seguiría mirando desde las paredes a cada nueva generación de oficiales, tal vez Astiz estaría en la Rosada, La Nación les cantaría sus loas y esos prohombres esperarían el tiempo en que sus estatuas coronen plazas en todo el país. Hebe y Estela serían una presencia molesta y tal vez se hubieran recuperado menos menos pibes y con menos repercusión. Por supuesto no veríamos a esos pibes cambiar el país desde las bancas del parlamento.
Así que sí, no es de un día para otro que se cambia la historia, Se necesitaron los años de Irigoyen, la década inicial del peronismo, los setenta, también de la resistencia cuando el opresor gobernaba y por fin la década ganada, para que comencemos a revisar qué monumento ven nuestros hijos cuando juegan en las plazas, qué monumentos sufren nuestros pueblos originarios y todo aquel que tiene memoria y repudia caminar entre asesinos, opresores y traidores de piedra o bronce, como quien participa de un engaño centenario.
Pero Mempo agrega: “por respeto a la Historia, la estética y el cuidado de los monumentos públicos en los sitios donde originalmente se los instaló, el de Colón continúe donde fue colocado hace un siglo. (…) Y el mismo reclamo vale para todas las estatuas, esculturas, conjuntos artísticos arquitectónicos y demás ornamentos urbanos”. Y no, justamente por respeto a la Historia, no cualquier historia sino la de los incluidos de todos los tiempos, la de los que vinieron de Europa como bien dice Mempo, pero a trabajar, a vivir una libertad que allá no tenían, la de los originarios que sobrevivieron, la de los que se mezclaron por igualdad no por violación, la de quienes conquistaron derechos para perderlos y volverlos a conquistar dos o tres generaciones más adelante, tenemos el derecho y el deber de decidir cuál es el lugar de cada uno.

La Plaza de Mayo, quizás el mayor símbolo de participación popular que tenemos, la del pueblo quiere saber de qué se trata, la de liberen a Perón, la de las Madres, esa Plaza puede cobijar a Juana Azurduy, a Walsh, a Artigas, a Azucena Villaflor, a quienes dieron su vida por sus pueblos y su soberanía. El lugar de los que sojuzgaron es el de los cuadros que se bajaron del Colegio Militar.