sábado, 28 de diciembre de 2013

NUESTRO GOBIERNO, LOS PRECIOS, EL ALZAMIENTO POLICIAL Y EL BOICOT ENERGÉTICO

Me sale siempre del mismo modo. Cada vez que hablo de nuestro gobierno digo NUESTRO. Más bien que yo no tomo decisiones de gobierno,  tampoco hay motivo para que se me consulte ni he solicitado nunca la atención de un funcionario a una opinión mía.
No lo necesito. Desde 2003 se viene haciendo mucho de lo que soñé toda mi vida y no tengo que decir que en muchos aspectos se fue aún más allá de lo que realmente creí que se pudiera, hacer. Basta con pensar en los 600 genocidas condenados, las puertas de la Rosada abiertas a Madres, Abuelas e HIJOS,  la derrota del ALCA, la AUH, el matrimonio igualitario, la ley de identidad de género. Cualquiera de estas conquistas las pensábamos en los ´70 como consecuencia de una revolución triunfante antes que de un gobierno que llegó al poder con el 22% de los votos. Pero este, nuestro gobierno, tuvo la virtud de saber que sus decisiones si bien no siempre convocaban multitudes en su reclamo y apoyo se apoyaban en décadas de historia de lucha, con picos en el ´45/55 y el ´73.
No soy un peronista de toda la vida, pero si hay algo que confirmó mi decisión de identidad política fue este rescate de su vocación transformadora, de inclusión, democrática y de reparación popular que el kirchnerismo supo concretar en políticas de gobierno.
Así que cada vez que hablo de este gobierno digo nuestro. Es más, no digo que “gobierna”,  “nosotros gobernamos”, porque las decisiones que se fueron tomando en esta década fueron despejando cualquier duda a propósito del camino elegido: si algo no resultó no fue por complicidad  con el poder corporativo y oligárquico. Pudo haber errores de momento, expectativas de acompañamiento social no siempre logradas. Pero porque los errores no nacieron de traiciones sino de nuestra vocación transformadora, hasta derrotas temporarias como la de la 125, terminaron en mayor convocatoria popular como en el Bicentenario  y en la explosión militante, sobre todo entre jóvenes, que se produjera en la misma época.
Claro que no todos quienes aceptan nuestro gobierno tienen las mismas ideas, ni es lógico que esto pase. Así como algunos coincidimos en casi todo, no esperamos grandes beneficios en lo inmediato y apostamos a futuro, hay quien acompaña sin analizarlo mucho, quien nos acepta por costumbre o porque ve que hay capacidad y decisión para gobernar.  Y estos últimos no son los menos pero sí quienes más van a exigirnos.  sea porque viven en condiciones muy precarias y sólo nuestra gestión les permite sobrevivir, sea porque pertenecen a algunos de los sectores que más se ha beneficiado de nuestro gobierno y temen perderlo todo si nos sucediera alguien de signo contrario, sea porque están entre los grandes beneficiarios, pero aún no se han consolidado en la disputa empresarial, el caso es que su adhesión estará ligada a la eficacia de nuestra gestión, a los beneficios que ella les acarree y –cuando el beneficio pueda mermar- a nuestra capacidad para mostrar lo inevitable de las decisiones y el beneficio posterior que acarrearán. No todos quienes no rechazaron la nacionalización de YPF, la estatización de las AFJP, la ley de medios audiovisuales,  o la liquidación del ALCA, eran kirchneristas convencidos, mucho menos militantes. Las decisiones que se tomaron, la preparación de las mismas, la argumentación, la adhesión de personalidades vinieron a sumarse a valores acumulados por generaciones para que estas medidas cuenten con apoyo no kirchnerista. Esto es, en términos muy prácticos, lo que hace posible el frente nacional,  la gobernabilidad, la profundización el modelo. Allí  se asientan el consenso cotidiano y la reedición de triunfos electorales.
Ahora bien, tres conflictos indican, mucho más que las últimas elecciones,  que nuestro gobierno y con él todo nuestro pueblo están frente a una nueva coyuntura: el alzamiento policial, el aumento constante de precios impulsado por las empresas formadoras y la oligarquía a fin de contrarrestar la redistribución de ingresos y el boicot que llevan a cabo las empresas transportadoras de energía. Con cada uno, para seguir adelante, es necesario hacer lo que se hizo durante estos diez años: tomar decisiones de fondo hacia más soberanía, inclusión, desarrollo y distribución.
Si sostenemos el proyecto de inclusión,  de redistribución de la riqueza, de recuperación de solidaridad social, de redefinición de las prioridades de desarrollo en función de consolidar la producción nacional,  de ir por el pleno empleo en blanco, asociados de diversa forma con los países de América Latina,  en la medida que avancemos por ello vamos a  enfrentar acciones cada vez más violentas y desestabilizadoras de parte de quienes e beneficiaron del país de la exclusión, de la especulación, el endeudamiento, la expulsión laboral y social. Los procesos de Brasil, Venezuela, Ecuador, Bolivia son la confirmación de  esa tendencia que desde 2008 aumenta su virulencia en nuestro país.
Por otra parte, no podemos esperar que nuestro pueblo no aspire a una estabilidad y previsibilidad relativas tras soportar los años de genocidio y la sucesión neoliberal.  Fueron décadas dedicadas de destruir toda la cultura de soberanía, rebeldía y solidaridad que fuimos gestando desde nuestras luchas por la independencia. Llevamos sólo una de revertir aquello. Pero la estabilidad, como bien sabemos, no nace principalmente de las buenas intenciones ni del marketing, sino de seguir adelante con el proceso de transformación que haga cada vez más fuerte y unido  a nuestro pueblo y debilite cada vez más a quienes medran en la división del pueblo, en la violencia y el autoritarismo.
Los monopolios de la producción y el comercio y agroexportadores arrecian con su política histórica: generan ganancias y redistribuyen a su favor a través del aumento de precios antes que el de la producción. No invierten porque no les interesa el desarrollo nacional sino la ganancia inmediata y la exportación de divisas adonde estén a salvo de políticas distributivas. Los acuerdos de precios parecen una parte sustancial para neutralizar sus efectos distributivos y políticos (que se hable de inflación en lugar de presión distributiva ya es una derrota parcial). También las acciones militantes de control en la comercialización, pero sin formas de producción, distribución y comercialización en manos del Estado parece casi imposible ir a fondo con el problema. Por el contrario, la experiencia indica que cada nueva medida nuestra termina en mayores precios y a la vez más apropiación de fondos del Estado por parte de estas empresas.
Con la sedición de las policías provinciales y el boicot de EDESUR Y EDENOR,  conspiran contra la unidad de nuestro pueblo, contra la unidad entre nuestro pueblo y nuestro gobierno y tienden a debilitar  a la democracia y sus instituciones.
En el caso policial es de celebrar que casi no quede en el gobierno que se refiera al “reclamo salarial”: liberar zonas, movilizarse con uniforme y armas contra los gobiernos constitucionales, defender por estos medios las cajas de la trata, el narcotráfico y la piratería es exclusivamente sedición. Sin embargo esto es sólo una parte del problema: coexisten en nuestro pueblo dos sensaciones igual de ciertas: sentirse rehenes de estas policías cuasi mafiosas y sentir que su seguridad, con estas policías, está librada poco menos que al azar.
Es algo diferente a la ya conocida acción de las fuerzas represivas contra el pueblo y el aprovechamiento del control de delito para manejarlo desde la institución. Se trata de una nueva estrategia del imperialismo y grupos locales a partir del balance de las dictaduras de los 70/80. La utilización de las FFAA contra procesos populares deviene en dictaduras y en la negociación obligada entre el gran capital y los militares. La fragilidad de las democracias post dictatoriales hizo innecesario y peligroso el acceso de las FFAA al poder. Basta con pensar en Malvinas,  o las dificultades que el proceso o Pinochet le crearon a algunos intentos privatistas. En la primera década del siglo XXI, el uso de las policía para desestabilizar gobiernos cobró un sentido estratégico, cumple con el debilitamiento del gobierno popular sin que las policías puedan ilusionarse con acceder al poder. Algunos partidos, reciclados o vaciados de sus objetivos históricos, se irían fortaleciendo como alternativa para que le Gran Capital recupere el control institucional perdido.
La denuncia y la crítica desde el Estado no alcanzan para resolver esta realidad latinoamericana de policías comenzando a tomar el papel de las FFAA en lo que hace a imponer políticas a los poderes constitucionales. Menos cuando se fueron a sus casas con aumentos obscenos para trabajadores de la salud, la educación  u otros sectores públicos.
Es necesario por un lado redefinir el rol de las policías  retomando la doctrina que alumbrara en 1973: policías sometidas a la ley y los poderes constitucionales  para resguardar al pueblo en ejercicio de sus derechos soberanos.  Y sancionar hasta donde sea necesario a los responsables y ejecutores de las acciones sediciosas que no casualmente confluyeron hacia el 19 se diciembre en casi todo el país. Uno y otro camino resultan necesarios, tanto  para evitar una repetición ampliada como para reestablecer aquello que se inició con la bajada de los cuadros: la autoridad del poder político como garante de democracia y convivencia.
En cuanto al boicot de las transportadoras de energía, el primer punto es establecer que no se trata de impericia, desidia o falta de previsión: se trata de un boicot a un modelo que las debilita como la fijadoras de políticas públicas, especuladoras financieras y exportadoras de divisas. La inversión de las empresas mal llamadas energéticas no está ni estuvo orientada a optimizar la capacidad de transportar y distribuir energía sino al manejo de dinero, el condicionamiento de desarrollos productivos y la realización de sus ganancias donde les resulte más conveniente. Si se quedaron -o en algún caso cambiaron de mano-cuando el gobierno demostró que haría lo que prometió fue por los subsidios y el limitado control a su acción e inversión por parte del Estado.
De todos modos, aunque son inmensos los daños económicos que causa el cuello de botella energético, el costo mayor es social y político.
En medio de las fiestas, hemos visto multiplicarse por cientos los cortes y fogatas con que diferentes barrios protestan contra la falta de energía eléctrica. Cada hora que pasa sin energía en las casa mientras el clima ofrece temperaturas superiores a los 30 grados es sufrimiento para los más pobres, pérdidas económicas que se podrán compensar, pero sobre todo pérdidas en lo afectivo, en la autovaloración de cada uno y de cada comunidad que no se pueden reparar ni con explicaciones ni con resarcimientos futuros. No hay solución intermedia: o se recuperan las empresas por parte del Estado, se dice claramente al pueblo que esto es indispensable para vivir con soberanía u bienestar, se fija un cronograma respecto a los problemas que se padecerán hasta que las obras necesarias terminen con la crisis o nos estaremos mostrando como impotentes frente al boicot empresario.
La mayor parte dela oposición nos ha demostrado, frente a cada uno de estos conflictos, que prefiere acompañar estas situaciones con el riesgo de acceder al 2015 con las manos atadas antes que unirse a nosotros para avanzar en soluciones de fondo. Pero esto no necesariamente será así si logramos debatir y concertar de cara al conjunto de la sociedad. La promoción de un paquete de leyes para cada uno permitirá volver al fijar la agenda política y potenciar acuerdos con sectores más comprometidos con la cuestión nacional y la institucionalidad.

Al cerrar el año con estas disyuntivas, hay quien cree que este ha sido un año de retrocesos. No es el caso, como cada año desde 2003, el posicionamiento del proceso popular depende de nuestras decisiones antes que de los obstáculos que nos pongan. Si podemos superarlos estaremos fortalecidos, porque habremos probado una vez más que la inclusión sólo puede avanzar con un gobierno que priorice el pueblo a las corporaciones. Si en esta superación fuimos capaces de convocar y movilizar estaremos consolidando la base social y la organización poular necesarias para seguir adelante.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Mandela, la fortuna y la historia

Hoy ha muerto Mandela y se me figura que murió un amigo, casi un padre, seguro un compañero entrañable. No una figura lejana, de foto de periódico, de banderas de otros países.
Cumplió sus 95 años, alcanzó a realizar mucho de lo que soñó, fue el hombre más querido de su patria Y aún así uno no se conforma con su ausencia.
Recuerdo que una periodista francesa supo encarar a Ho Chi Minh y preguntarle: “¿estuvo mucho tiempo en la cárcel?” Ho contesta: “la cárcel siempre es mucho tiempo”
Mandela estuvo veintisiete años de ese mucho tiempo tras las rejas.
Es poco decir que ese sufrimiento no alimentó su odio ni creó resentimiento.  Lo importante es que parece haber usado esos años para macerar una humanidad total y una capacidad de comunicarla, definir  con sencillez por dónde ir hacia el bien de todos porque su pensamiento ponía ese norte por delante de cualquier otro.  
Hay algo que suelo guardar para mi intimidad, que conté alguna vez entre amigos en algún festejo, en el momento de las confidencias: una vez tuve a Nelson Mandela en brazos, por un momento breve, interminable.
Pienso que con el tiempo quedará como un recuerdo de familia, o de amigos que van sobreviviendo, esas leyendas que van de una generación a la siguiente sin sospecha de veracidad, más adecuadas para relatar algún rasgo de quien se recuerda que para verificar si realmente ocurrió, si aun no siendo así pudo pasar algo parecido o si le pasó a otro, o en otro lugar, o con alguien distinto al que se menciona.

En el año 2000, la Conferencia Mundial sobre vih-sida y ETS se realizó en Durban, Sudáfrica. Había que hacer, por fin, una conferencia en África y el país del sur fue elegido. Un poco porque en aquellos días vestía bastante bien a casi todo el arco político mundial sacarse una foto en el país de Mandela, los diamantes y el bastante intacto poder económico afrikáner. Otro poco porque Mandela ya no era presidente y su sucesor, Mbeki, parecía tener menos arraigo social que Madiba y eso generaba expectativas de realineamiento según qué presión internacional resultara más eficaz. 
Otro poco, mucho, porque con una población similar a la de Argentina se calculaba que en Sudáfrica 8 a 10 millones de personas vivían con vih y para los grandes laboratorios todo era cuestión de manipular la opinión mundial, comprometer al nuevo gobierno y quedarse con ese mercado cautivo fijando precios y condiciones.
Fue también el año que los hispanoparlantes peleamos por presentaciones dichas en nuestro idioma, el idioma más relegado en la traducciones simultáneas: "Latinoamérica quiere oír, Latinoamérica quiere hablar". Una buena movida, quizás porque la Conferencia se hacía por fin en el hemisferio sur, quizás porque ese año el contingente argentino fue muy numeroso.
El caso es que estaba en esa Conferencia, caminaba todas las mañanas un par de kilómetros desde unos dormitorios universitarios hasta el Centro de Convenciones que se alzaba frente al estadio de Cricket, ese insulso deporte inglés que apasiona a los sudafricanos. En el trayecto admiraba el ritmo de caminata de los cientos de miles de sudafricanos que llegaban a la ciudad desde pueblos situados a cinco o diez kilómetros  para trabajar durante el día y volver a caminar esos kilómetros por las tardes hacia sus casas. Y descubría el verdadero signo del racismo en esa familia de negros que antes cruzarse conmigo bajaba la mirada y con ello repetía el gesto de siglos, de la esclavitud al empleo mal remunerado, del sometimiento al apartheid, siempre por los diamantes, en ese país en el que la revolución permitó a millones  de negros acceder al voto, la filiación política, mejores empleos y la igualdad ciudadana mientras el poder económico de mineros y banqueros se mantenía en las mismas manos.
Y la franqueza de las miradas en las marchas, a toda carrera como antes, cuando arreciaba la montada y desde algún jeep una ráfaga se cobraba decenas de vida. Miles al trote, cantando con voces maravilosas corales de esperanza y dolor, tal vez  porque un viejo atavismo local supo cruzarse con la no tan vieja costumbre del canto en los templos anglicanos, de dios a un hombre un voto por décadas. Así que las marchas siguieron, como la cárcel de Mandela y sus compañeros, como la construcción del Congreso Nacional Africano y su resistencia, también como las tropas cubanas que le bajaron la barrera al ejército afrikáner en su frontera para siempre, todo llevó a esa Sudáfrica donde ahora estaba todo por hacer, pero además por primera vez se hacía posible.
Y todo era tan nuevo que por momentos me quedaba absorto en la mirada de un grupo de chicos, algunas flores, las familias descendientes de hindúes caminando en fila, el padre adelante, la madre después y los chicos. Yo llegaba al Centro cada día, salido del tiempo, detenida mi atención en algún detalle y el resto de mí seguía caminando nomás.
Así que ya casi estoy entrando al Centro y una limusina negra se me aparea, adelanta y va deteniendo hasta que casi la alcanzo, aunque aún no la veo. Y un par de tipos de traje, tan altos como anchos, han bajado y se están ubicando a ambos lados de la puerta trasero, que ya se abrió. Pero yo seguí caminando, ahora recuerdo que con la cabeza baja, así que llego al puesto de uno de los gigantes antes que él. Y el hombre que salía del auto ya me tiene sobre Él y nuestros brazos se cruzan y ahora me doy cuenta que me estoy llevando por delante a alguien y me detengo y quiero sostenerlo y mi mirada se cruza con la mirada definitivamente bondadosa, humana, calma, de Nelson Mandela,  mientras sostengo en mis brazos la fragilidad ese cuerpo que supo de la fortaleza del boxeo, de la disciplina del ejercicio diario para que sus enemigos no logren con la rutina lo que no pudieron con la tortura, el maltrato y la cárcel.
Y Mandela comenta algo mientras literalmente yo retorno sus pies al suelo sin animarme a mirar a los costados porque temo que los dos gigantes, el que llegó a su puesto a tiempo y el que no, no crean que este es un encuentro casual entre el más grande hombre de Sudáfrica y un despistado de los que abundan por todo el mundo.
Y todavía hay unas palabras más, en inglés, de esa voz clara y amable, pero entre mi poco inglés y la emoción no entiendo nada y me conformo con sonreír, darle la mano, apartarme y seguir caminando mientras Mandela espera que a los dos gigantes que ya están a su costado se sumen otros dos y entonces el grupo comienza a caminar hacia el Centro.
Suelo soñar, como cualquiera, situaciones que de algún modo sé, preveo que nunca van a suceder. Y me pregunto qué haría, cómo aprovecharlas mejor, cómo no perder esa oportunidad única.
Tengo el mismo sentimiento hacia Mandela desde que supe de él en la universidad. Cariño, admiración, respeto, la intención de acercarme, lo poco que pudiera,  a su ejemplo. No necesitaba entonces de este encuentro que en sueños hubiera supuesto de otro modo, entender las palabras de Mandela y responder con un inglés que no tengo y hacer un millón de preguntas, responder a las suyas, hacerle saber un poco de Argentina, de nuestro pueblo y de cuántos aquí también lo admiran.
No hubo nada de eso. Tampoco fue necesario: por un segundo tuve toda su atención, no porque fuera yo sino porque, lo creí siempre pero lo confirmé ese día, Mandela se reunía naturalmente con lo que lo rodeaba, sin resistencia se fundía con el mundo. Y por un momento yo fui parte de ese entorno. ¿Para qué más?

Pues bien, pasó y espero que la historia quede en mi entorno, en mi familia. Para que los que vengan sepan de mi fortuna y mis despistes. Para que la historia de Mandela se siga recreando de boca en boca. Es el modo en que los pueblos hacen eternos a los suyos.