En el fragmento que se adjunta más abajo se ve a Julio Cortázar explicar sin mucho bombo, con suma sencillez y mayor humildad, cómo se permitió crear un tipo de lector, el lector postRayuela: ese tipo que a partir de Rayuela, incluso hoy sin haberlo leído y tal vez sin pensar en su existencia, agarra un libro cualquiera y lo lee a partir de la página que se le ocurre, sigue por ídem y rescata, entiende, proyecta, supone y eslabona en complicidad necesaria con el autor, pero sin que importe demasiado si ese rescate, el entendimiento, la proyección, lo que supone y concatena, tiene algo que ver con lo que pretendía el autor.
Ese lector, podemos agregar medio siglo después de aquel momento, que recién con la explosión de internet encuentra el mundo que Rayuela le permitiera entrever desde las páginas comunes y corrientes de ese libro común y corriente que en su aspecto no arriesgaba más novedad que una rayuela dibujada en blanco a mano alzada sobre un fondo negro en el que resalta el nombre de Julio en el lugar que debía decir "cielo".
Mucho se puede decir -se dijo y se escribió- sobre las tres formas de leerlo que proponía Cortázar y las casi infinitas maneras que emergían como posibles apenas uno tomaba en cuenta la propuesta del autor: si se podía leer de corrido, si se podía leer pasando el capítulo x al x+5 y de allí al x-3 ¿por qué no hacerlo de otro modo?
Por ejemplo ¿por qué no leérselo a TU Maga a partir de esos polvos a la vez gloriosos y dolorosos en que se enredan Oliveira y la mujer que lo desvela, atormenta y lo lleva al cielo en unos pocos saltos? ¿por qué no ir después a cualquier párrafo o capítulo tras un recorrido de tu propia Maga por tu cuerpo y/o viceversa?
Mucho se ha dicho también respecto de qué tipo de lector abrazó desde el vamos esta novela. Cortázar decía en otra entrevista: "escribí una novela para un lector de mi edad y costumbres. Me encontré con que Rayuela fue leído y aprobado principalmente por los jóvenes, en Argentina y en toda América".
Seguro que el estilo, las formas, el momento, el autor, todo concurrió a que Rayuela, los jóvenes y Cortázar nos encontráramos unos a otros en esa transición de los derrotados sesentas a los esperanzados setenta y nos hiciéramos inseparables.
Pero confieso que era poco lo que yo sabía en aquel entonces de estilos y corrientes literarias y sospecho que lo mismo pasaba con la mayoría de los que cambiaron su mirada tras leer unas páginas de Rayuela. Tampoco sabia demasiado de jazz cuando leí "El Perseguidor", pero ese oscuro y provocador antihéroe fue el que me me preparó para Oesterheld y sus personajes.
El caso es que creo que antes que Cortázar nos abriera un millón de mundos con su mirada lateral hizo algo más, algo que nos capturó para siempre: con Rayuela, tal vez antes pero nunca de un modo tan profundo y arrasador con en sus capítulos, Julio sacó al sexo del pozo en que lo mantuvo sumergido durante décadas la pacatería oligárquica y sus seguidores y colocó al sexo justo al lado, el el lugar y en el camino del amor, de un modo indivisible, tan doloroso y glorioso como el momento en que cada uno de los jóvenes de aquella generación llegamos a ese mismo lugar que Él era capaz de narrar y discernir por nosotros.
Siento que con ese sólo acto de traer el sexo desde la nada al centro del amor, nuestro amor presente de jóvenes extrañados en un país que silenciaba el sexo con tanta fuerza como la muerte,. Cortázar contribuyó a inventar una juventud capaz de animarse a todo porque lo que más le gustaba hacer a esa juventud pasó gracias a Cortázar al centro de la escena: amor y sexo, placer y dolor, lo eterno y lo efímero en un entrelazarse de cuerpos, la Maga y Oliveira, ella y yo. Cualquiera con cualquiera, sentenciaría Néstor Perlongher si escuchara esto en algùn pasillo de la Facultad en aquellos días.
Claro que hubo otros escritores que trazaron coordenada parecidas en otros lugares del mundo e incluso antes, pero este tipo de hablar afrancesado y raro, desde Europa, al joven argentino ya perdido para convocatorias castrenses, a nosotros los setentistas, nos interpelaba en nuestro descubrimiento carnal y nuestro goce como si hiciera, (hacía) lilteratura de nuestras fantasías y descubrimientos.
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