miércoles, 10 de enero de 2018

La libertad, el Estado, la multitud, el grupo

Feinmann escribe  a propósito de la libertad y como obtenerla, en su artículo de Pagina 12 del domingo 7 de enero: El hombre libre y las grandes alamedas.
Es extraño que justo en el primer párrafo Feinmann desmerezca una de las bases principales de ese concepto en Argentina: el discurso de Perón, del 17 de octubre de1945.  Algo le ha pedido analizarlo, pero en su opinión se trata de un mensaje que convoca a la desmovilización y abandono del espacio público por parte del pueblo.
Veamos. Sin que hubiera antecedentes  en décadas de movimiento popular ( lo de "movimiento", es algo a considerar,  ya que nunca había alcanzado la unidad necesaria como para considerarlo así) tenemos a una multitud que rodea la Rosada y reclama por la libertad de Perón.
Cerrada la negociación dentro de la casa presidencial, con el llamado a elecciones a seis meses vista, Perón se pone de pie para irse, pero escucha a sus interlocutores: "salga y dígales algo o no va a poder salir nadie".
No se fue a su casa sin hacerlo. Tampoco salió para decir "la casa está en orden", vayan a abrazar a sus familias. NO. Salió al balcón y produjo el discurso más revolucionario, movilizador y obrerista en el mejor sentido, que se haya pronunciado en Argentina antes de 1945.
"Esta es la verdadera fiesta de la democracia, representada por un pueblo que marcha a pie durante horas para llegar a pedir a sus funcionarios que cumplan con el deber de respetar a sus auténticos derechos.(..) amar a la patria no es amar sus campos y sus casas, sino amar a nuestros hermanos. Esa unidad, base de toda felicidad futura, ha de fundarse en un estrato formidable de este pueblo, que al mostrarse hoy en esta plaza, en número que pasa de medio millón, está indicando al mundo su grandeza espiritual y material. (...) Trabajadores: únanse; sean hoy más hermanos que nunca. Sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse en esta hermosa tierra la unidad de todos los argentinos. Diariamente iremos incorporando a esta enorme masa en movimiento a todos los díscolos y descontentos para que, juntos con nosotros se confundan en esta masa hermosa y patriota que constituyen ustedes.(...) Confiemos en que los días que vengan sean de paz y de construcción para el país. Mantengan la tranquilidad con que siempre han esperado aún las mejoras que nunca llegaban. (...) les pido que realicen el día de paro festejando la gloria de esta reunión de hombres de bien y de trabajo, que son la esperanza más pura y más cara de la patria."
Por qué revolucionario? Porque, fuera cual fuera el objetivo que se planteó Perón al salir al balcón, sus palabras producen una concreción simbólica nueva para una movilización obrera y popular: Le dicen a esos cientos de miles de hombres y mujeres que gracias a su movilización, su unidad, su actitud, en síntesis, son a la vez los fundantes y la única garantía de existencia para esa nueva República que aún antes de existir los reconoce como pilar de su existencia. La Patria son ellas y ellos, los invisibles de la historia, no las casas y los campos, casi siempre ajenos.
Mi padre, en el primer mensaje político que le recuerdo, reacciona al escuchar "Patron Costas" en la radio: señala el aparato con el índice, como le señalaríamos hoy a un chico  la imagen de Macri o Paolo Rocca en la pantalla de la PC y me cuenta "ese decía que los trabajadores tenemos que andar de alpargatas". Esa era la Patria y la mirada que sus dueños tenían de quienes la construían: sus trabajadoras y trabajadores, esa era la patria que Irigoyen no pudo o no supo cambiar. Pero esa era la mirada, tras el '45, de un trabajador de Shell, devenido en enfermero de hospital psiquiátrico, crisis post peronismo mediante. 
Por qué movilizador? Porque más allá de las frases de rigor para evitar una carnicería inútil, sobre todo si se tiene en cuenta que el proceso electoral quedaba abierto, Perón cierra el discurso convalidando un paro "de festejo". Encomienda así a quienes concurrieron, la tarea de transmitir el efecto del paro a sus compañeros de trabajo, vecinos, allegados y en ese mandato los incluye como los organizadores de la comunidad, movilizada, que sobrevendrá. E instala una costumbre: a cada gran transformación: Marcha – concentración - festejo y  si la situación lo amerita: Paro. 
Qué indica que ese discurso produjo una concreción simbólica nueva? Sólo sus palabras? No: es eso que Feinman introduce como "el espacio". Por sí mismas, pronunciadas en una cena de amigos o en un encuentro de militantes, esas palabras no hubieran alcanzado más valor que el de una pieza de oratoria memorable,  de poética política. Pero dichas desde el vértice del poder político, la Rosada, en respuesta a una movilización inédita y dando la cara a quinientos mil compatriotas a quienes se dirige como "hermanos", esas palabras producen un nudo que hasta hoy no ha podido destruir la oligarquía: el pueblo movilizado es instalado como principal actor y garante de una Patria para todas y todos.  Y con esto, un rasgo que distinguió al peronismo de la mayoría de los movimientos populares de la región: el eje de toda movilización es traducirse en política de Estado. Si Perón hubiera hecho la gran Menem, este cierre simbólico hubiera estallado por los Aires, como sucedió con grandes decepciones en nuestro país.
Pero el período 45/55 confirmó esta máxima (de la movilización popular a la política de Estado) que Evita sintetizara como "donde hay una necesidad nace un derecho", de un modo que perduró en la cultura popular hasta nuestros días a pesar que en 62 años no hubo más de una década y media de gobiernos que podríamos considerar propios.
Feinmann apela a la experiencia de Alende en Chile para revisar parte de nuestra historia. Seamos más exigentes. Tomemos un proceso triunfante para poner la vara más alta.
¿Que no alcanzamos las transformaciones que, por ejemplo, lograran Fidel y el pueblo cubano? Tampoco la oligarquía azucarero/ prostibularia cubana alcanzó nunca el desarrollo, poder y riqueza de nuestra oligarquía diversificada. Cada país tiene un curso de transformación posible y cada batalla lo va resolviendo de algún modo.
No llegamos a la Argentina de " la tierra para quien la trabaja", pero sí estamos en presencia de un pueblo que una oligarquía alineada a los poderes mundiales no logra someter a la mendicidad para gozar de una grandeza que desde Rivadavia, Sarmiento o Roca cree merecer.
No pudimos evitar el genocidio, pero de ese proceso que para muchos pueblos significó el aplastamiento por medio siglo o más, salimos decididos a recuperar pibes robados condenar genocidas, repudiar prebendas de parte del poder político (y aun hoy lo hacemos).
 Y salimos de una derrota obrera y popular como la de ese genocidio  disputándole a conversos y burócratas las conducciones sindicales, condicionándolos en sus negocios con el poder político.
Nuestros pibes no juran en sus escuelas que serán "como el Che", pero Cuba es una luz aún hoy para multitudes de argentinos, nuestra militancia se nutre de miles de pibes, de movilización en movilización. Y no es menor que Perón en sus idas y vueltas jamás haya pronunciado una palabra de condena hacia el Che, Fidel o el pueblo cubano.
Vuelvo a la cuasi robótica interpretación que Feinman hace  de "de casa al trabajo y del trabajo a casa". Cierto es que nuestro pueblo suele tomarse un tiempo que, para quien no reconoce sus coordenadas, parece demasiado extenso a veces. Cierto también que cuando ese tiempo se acaba, nuestra gente se moviliza reviviendo trazas de aquel 17. Un 17 de octubre que, bien miradas las cosas, el peronismo supo alinear con el mítico "el pueblo quiere saber de qué se trata" de 1810, resignificándolo en nuestras subjetividades hasta nuestros días.
Hay que llegar al párrafo final del texto de Feinman ya que allí despliega las coordenadas que encadenan cada concepto: Individuo, grupo, espacio.  Cuesta pensar cómo Feinmann pudo presentar de un modo tan crudo esa falsa ecuación.
El individuo o, mejor dicho, las subjetividades individuales, se construyen en el magma de las subjetividades colectivas. En y de ese magma recogen los componentes que les permiten materializar su existencia individual, grupal y colectiva, sea para prosperar, para autodestruirse, disfrutar, o llevar una vida de sufrimiento, o sentirse parte de una comunidad o/y todo eso junto.
Cuando cientos de miles van al Congreso o Plaza de Mayo, a veces para festejar, a veces para convalidar con su presencia la recuperación de YPF o los Espacios de memoria, a veces para manifestar su enojo aún sabiendo que serán apaleados, denostados y encarcelados sin obtener que reclaman, como el día que se terminó votando la Ley previsional o el 30 de marzo de 1982, lo hacen porque en el magma que alimentó su individualidad  predominaron ejes discursivos y políticos tales como "el pueblo...", "Únanse...", “Seamos libres…”, Incluso queda el residuo de relatos familiares dichos a media voz, sea sobre sobre paraísos perdidos o sobre odios inexplicables, como el de mi abuela materna, la más oscura de una familia muy gringa, que llamaba a los peronistas "esos negros" y a Perón "tirano prófugo".
Nos dice Feinmann "al neoliberalismo (...) no le importa lo micro. Incluso lo despoja para sostener los números de la balanza de pagos. De aquí que se le quite dinero hasta los más débiles, los jubilados, los niños".
Todo lo contrario. La disputa hegemónica es, trasladada a lo individual y grupal, la disputa sobre cuáles subjetividades promover y cuáles subjetividades desalentar. El débil que, unido a otros, es pilar de la democracia, el joven que abraza la causa de su pueblo, el viejo que lucha por lo que le pertenece porque se siente hacedor de esa conquista, el ciudadano con derecho y necesidad de definir el futuro y el presente de nuestro país, El y La que se movilizan por una causa colectiva  son algunas de las subjetividades que Cambiemos se propone destruir.
No se trata sólo de quién se queda con la riqueza sino de cómo evitar que las mayorías, a través de estas subjetividades surgidas junto al Estado populista, sigan disputando el lugar que conquistaron en esa emergencia. Es allí donde se genera  la base de toda libertad aunque Feinmann la pierda de vista: Un colectivo capaz de transformar el mundo a su necesidad, diversidad y semejanza, capaz de crear subjetividades que se reconozcan con propiedad de hacerlo, eso es la base y a la vez la realización de la libertad.
Esto cuestiona también otro componente de la ecuación feinmaniana: El grupo.
Tanto el inconsciente freudiano como la conciencia social no se constituyen en lo grupal, sino en el encuentro o choque de esas grupalidades con lo comunitario. 
El "espacio" público puede ser, momentáneamente, ocupado sólo por grupos en apariencia aislados, como Madres y Abuelas en la dictadura. Pero esto fue posible ( esto discutible, tanto como afirmar lo contrario, pero la historia lo sostuvo) porque en la multitud, silenciosa, golpeada y devastada, de los días del genocidio, el exterminio de madres o abuelas hubiera sido el límite de lo soportable.
El hogar de cada uno, de cada familia, el barrio puertas adentro, puede ser espacio para la multitud cuando de lamerse las heridas  y recuperar fuerzas se trata. Pero que en esa multitud aún sobrevivan referencias, símbolos y actitudes de rebeldía es lo que hace posible que el "grupo"  cumpla una tarea progresiva que prospere.
El pueblo en la calle, la dignidad de ser lo que se es, la mirada puesta en el Estado, el hombre gris de Scalabrini que sale de su soledad para enlazarse a lo que hasta ese momento no existía, la comunidad en que me reconozco, esa es la geografía política que construyó el peronismo y que el neoliberalismo trata de destruir hace siete décadas.

Nada más apropiado, desafiante y constructivo de una individualidad que valga la pena, que reconstruir a cada momento, desde nuestros mejores cimientos esa geografía e impedir la destrucción que hoy encarna Cambiemos.

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