Tampoco sus familiares, sus amigos. Ni un solo habitante de este país se merecía que más de 30 senadores se sostengan en la falta de argumentos, la desconfianza, la duda, la mentira, la difamación, el desconocimiento como fundamento del rechazo.
¿A qué reducen su representación institucional cuando los moviliza esa mezcla de resentimiento, código mafioso, un occidentalismo jurásico y un cinismo posmotodo?
Si no se los conociera uno pensaría que pretendían declarar la guerra a Irán o promover una revolución antiayatoláhs desde Buenos Aires. Se compraron el personaje de tal modo que a cada rato tropezaban con su incontinencia: "traición, incoherencia, cesión de soberanía, simpatía por un régimen represivo, negocios económicos, misiles, punto final. De todo fue acusado el oficialismo. Siempre desde la autorreferencia de quien no reconoce responsabilidad alguna. Hasta hubo quien pretendió que hablaba "en nombre de los familiares de las víctimas".
Es difícil festejar entre tanto crimen pendiente, entre tanta la carne podrida y tanta maniobra para borrar rastros y crear pistas falsas en pos de usar el atentado para saldar disputas de poder a nivel mundial.
Pero la media sanción es un paso adelante. Ganó la racionalidad, la ampliación de legalidad y derechos, la memoria y -tal vez- la justicia. Perdió el negocio, la especulación, la actitud pusilánime, el seguidismo a la corporación mediática.
Tal vez no se pueda avanzar tanto como todos querríamos, pero destrabar la acción judicial es el paso que se necesitaba. Como en los juicios por el terrorismo de Estado. Nos lo debemos y nos lo merecemos.
Queda también la vergüenza ajena por ver esa trsite caricatura de partidos que décadas atrás, muchas por supuesto, tuvieron algún interès nacional, o proclamaban la honestidad y la justicia como banderas innegociables. No es sólo que han camb iado sus dirigentes: han quemado todas sus banderas.
Se dice hace años, con razón, que nuestra institucionalidad necesita una oposición que defienda sus principios con honestidad, compromiso con la democracia, independencia de los factores de poder. Pues bien: no la hay.
Tampoco podemos inventarla y esto implica dos riesgos. Uno, el de suponer que la realidad pasa por el debate que nos propone esta oposición que hoy tenemos. Otro, que esa mediocridad sin ánimos ni esperanza alguna nos haga perder de vista, aunque sea por un momento, el grandioso proceso que venimos protagonizando hace 11 años.
Para uno y otro problema no hay alquimias posibles, sólo
abrir el debate a cada vez más sectores y confiar en que una mayor participación
popular enriquezca nuestra vida política y abone el desarrollo de una
dirigencia política a la altura de nuestro pueblo y de la gesta de reparación,
inclusiòn, desarrollo y soberanía iniciada en 2003
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