viernes, 6 de junio de 2014

MUNDIAL Y PUBLICIDADES: PARE DE SUFRIR

Pienso en el archivo histórico.  Me pregunto si alguna vez los hijos chicos o  los nietos de mis amigos, lo que suele llamarse las generaciones futuras aunque ya convivimos con ellas, tendrán oportunidad de ver las publicidades que se hicieron en Argentina para este próximo mundial.
¿Qué país se podrán imaginar a partir de esos spots? ¿Qué idea podrían hacerse de cómo era la vida de las mayorías en esta época?  ¿Vislumbrarán con qué ánimo comenzábamos el día, trabajábamos, hacíamos el amor o nos aburríamos? 
Las publicidades del mundial se parecen a esos testimonios que presentan los pastores mediáticos del "pare de sufrir". ¿Por qué?
Caras crispadas, de sufrimiento, barbas a medio crecer, no por moda sino esa barba que señala una vida cotidiana abrumadora. Ojos enrojecidos y ojeras de persona con poco tiempo y posibilidades de dormir tranquila. Hasta hay un spot, un boliche en el que un flaco mira la TV con una expresión entre aterrada y resignada, como si estuviera viendo no un partido de futbol, sino a Maidana o Duer, pero tampoco en el mano a mano, sino tirados en el suelo y el juez, los segundos  hasta el jurado, pateándolo sin límite y con desprecio.  Y el flaco, aunque está en una pizzería parece no comer hace días.
No todas son así,  las con risas, agitar de banderas, gritos de aliento. Pero no el grito que cualquier hincha conoce y alguna vez protagonizó. Ese grito que irrumpe en la tribuna en esos momento de duda, cuando al equipo  no le sale nada, el contrario se ceba y uno empieza a mirarse con el de al lado sin encontrar el cantito justo. Y entonces ese "Vamos carajo, esto es el gasómetro (o la cancha de tu equipo, la que sea) no el Colón,  acá se alienta, se bancan los trapos", es un grito que te hace parar, las gargantas, todas,  se ponen a full en una energía que baja al pasto y pone en movimiento hasta al más frío del equipo. No, aquellos son más bien gritos de velorio, de impotencia, nada parecido a la confianza, a la satisfacción y el orgullo que de ser hincha de la selección que tuvo a Maradona y tiene a Messi, la que protagonizó el mejor gol de la historia de los mundiales, la que se limpió los botines en la alfombra de una reina, la que venció al local entre insultos a nuestro himno en Italia, la que representa por tradición y estilo una de las pocas escuelas de fútbol del mundo.
Hace unos años fue Nike con sus publicidades bélicas. Jugadores famosos por su creatividad y finura jugaban en algún rincón galáctico pateaban una pelota de vaya a saber qué material y derribaban muros y rivales hacia abismos oscuros, inaccesibles a la vista del espectador.  No la cintura de Diego, Rojitas, la muñeca en el pie de Messi de Slatam,  el pique imprevisto del Kun, de Saviola,  no ese rectángulo gigante de pasto que de golpe se hace minúsculo en una apilada como las de Diego o Leo. Un mundo virtual, sin límite ni referencia, sin vida visible, de juego bélico de play y destructores a su medida. Claro, uno mira los años que vinieron después, invasiones a países petroleros, guerras y más guerras que se proyectan más allá de las promesas de final olvidadas una vez terminada alguna elección, comprende que un país no futbolero, cuya cultura está más afincada en destruir enemigos que en el arte de lo impensado  -gracias NBA por la excepción-  no puede generar campañas de publicidad que eviten ese grado de violencia.
Pero aquí  ahora, en nuestras TVs, es otra cosa.
 En lo futbolístico tenemos el mejor jugador del mundo, no hay delanteros de otros equipos que sean superiores al Kun o el Pipita, ni abundan los Maxi, los Di María o Mascherano, por citar algunas virtudes.   
En lo social estamos viviendo el onceavo año del fenómeno de inclusión, recuperación de soberanía, memoria, justicia y desarrollo más grande de nuestra historia. En medio de una crisis mundial que casi arrasa la unidad europea, lleva a muchas economías periféricas a dos dígitos de desocupación cuando no las pone al borde de la desintegración social, estamos participando de un proceso regional de desarrollo, implementando con eficacia medidas contracíclicas para mantener el nivel de empleo, de calidad de vida, de institucionalidad.
Entonces ¿qué representa ese perfil social y anímico de desazón, de falsa alegría que presentan las publicitarias, salvo honradas excepciones?
¿Por qué quieren convertir en una fuente de displacer al fútbol, el mayor fenómeno de disfrute compartido y colectivo de la humanidad?
¿O es que se han habituado tanto ainventar el país de la mala onda, el de la inexistencia de motivos de alegría, de orgullo, el de los grupos de poder que en la ausencia de lo malo lo crean y repiten hasta hacerlo creíble?
Sirve el ejemplo de un titular de Clarín hace un par de días “algo se rompió entre Sabela y los jugadores” ¡a una semana del mundial!
Algo se va rompiendo, no entre Sabella y los jugadores, sino entre los operadores de la desazón y quienes cada mañana intentamos a construir un país mejor.  Ese es el partido que juega nuestra Nación. La foto que me hace llegar Claudio: Messi,(También estaban Mascherano y Lavezzi) haciendo un spot con las Abuelas por los pibes desaparecidos, reafirma de qué lado está la vida.
En tanto, Lo mejor para nuestra selección. Corazón, toque y gambeta. nosotros bancando los trapos. COMO SIEMPRE..

2 comentarios:

  1. Y encima, un gesto de primera de Messi, El Pocho Lavezzi y Mascherano, grabando un spot para las Abuelas por la recuperación de los nietos secuestrados.
    https://twitter.com/abuelasdifusion/status/475039730359222272/photo/1

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