
Sanción habitual: Un mes. Los porqués
varían de acuerdo a la inventiva del oficial de guardia. El motivo es siempre
el mismo: quebrar resistencias reales o supuestas.
Todo esto lo sabríamos con el tiempo.
Ahora, los diez o doce primeros
castigados caminamos en círculos, cada uno en su celda de 2 x 3 metros, piso de
cemento y sin más mobiliario que una ventana minúscula, igual enrejada, a más
de dos metros de altura.
El silencio se interrumpe a ratos por
algún carro que pasa chirriando, lejos, por el pasillo central. El calor
arrecia, así que los pájaros no aportan. De tanto en tanto algunos golpes en
una pared cercana dan cuenta de una charla por morse. O una partida de ajedrez.
O ambas.
En el silencio, que de todos modos se
impone, se escucha una voz grave, densa, pesada y calma. "Compañeros: Soy Ortolani, me dicen 'el Nono'. ¿Que les parece si
nos vamos presentando, siguiendo el orden de las celdas?" .
El morse y las caminatas se detienen y
, algunos por primera vez otros repitiéndose, todos nos presentamos.
Comienzan los comentarios. Que todos
estaremos allí por un mes, que nos eligieron, que el régimen de la cárcel se
endurece, que el que está en la celda más cercana a la reja de ingreso puede
escuchar cuando entra el yuga (**) y avisar con un par de golpes.
Y ya nos ponemos de acuerdo: Un golpe para
tal cosa. Dos para tal otra. La charla se va apagando cuando vuelve a resonar
la voz del Nono: "¿Que tal si
contamos algún cuento?". " “¿Quien se acuerda?" Pregunta el
de la segunda celda. "Cuentos de
qué?" Pregunta el de la quinta celda de enfrente.
" Si quieren, yo puedo largar con
el primero", apunta el Nono y agrega: "Funes, el memorioso por Jorge
Luis Borges".
Tras un silencio, el Nono comienza el
relato “Y Lo recuerdo (yo no tengo derecho a
pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese
hombre ha muerto)…” En algún momento,
lo que es texto de Borges se mezcla con el texto que va armando el Nono sin
detenerse hasta llegar al “fin”.
No lo interrumpe una sola voz. El
carro parece que ya no va con comida u ollas vacías hacia el pabellón de
"comunes" (***), los pájaros siguen su siesta. Sólo existe la
semblanza y virtudes de ese personaje uruguayo, algo resentido con los
argentinos, más agobiado por tanto recuerdo. El Nono es, no sólo por su fidelidad
al cuento sino también por los matices que le imprime a cada situación, a cada
referencia, Funes. Pero a diferencia de aquel que imaginara Borges, este
memorioso tuvo la virtud de despertar el Funes que dormía en cada uno. En una
tarde, la primera en esos chanchos, cuerpo a tierra, la cara de costado para
que su voz saliera por la hendija inferior de la puerta y llegara a diez, doce
tipos cuerpo a tierra, la oreja pegada a la hendija de su puerta, el Nono fundó
la rutina diaria para la hora de cada siesta en ese mes de chanchos que todos
habríamos de pasar, sin colchones, comiendo una vez al día y a veces menos, con
alguna que otra guardia sacándonos de uno en uno a las patadas con el fin de
cambiar lo que no habían podido: una actitud de dignidad que los presos no
abandonamos ni después de Margarita Belén.
Desde al final de cada relato escuchado
cuerpo a tierra hasta el inicio del siguiente un día después, el próximo relator,
entre las caminatas, el recordar canciones, poemas, algo para decir y
escucharse en voz alta, el sueño mal dormido sobre el cemento y la vigilia
forzada en el día para que la noche no lo encuentre en vela, entre las
repetidas acciones que te permiten ilusionarte con seguir siendo vos, el
próximo relator se esforzará por recordar párrafos, alguna palabra clave o al
menos la situación que se volcara alguna vez en la escritura de Cortázar,
Benedetti, Sarmiento (el Facundo también terció en esos días).
Y todos sabíamos que el Nono lo
contaba mejor, así que nos esforzábamos por acercarnos a su altura.
El Nono Ortolani no fue detenido por
contar cuentos, al menos esos cuentos y de ese modo, sino por militar en el
PRT, conducir una parte de la apoyatura al conflicto de Vila Constitución,
tener, al momento de su detención decenas de años de militancia. De ahí “El Nono”.
En otro momento, de palabras
intercambiadas por personas que no se ven, el Nono negoció en la noche y a la
distancia con un vocero de los represores, la rendición de los compañeros que quedaron dentro del penal de Rawson, tras la fuga de 1972.
Ya en la nueva dictadura, antes de
llegar a Villa Libertad, estuvo un año en otra cárcel, no recuerdo cuál. Aislado.
Lo sacaban de cuando en cuando a caminar por el patio. Solo.
Cuando lo supe me pregunté cuánto tuvo
que poner de sí en ese año de soledad para seguir siendo quien era este tipo
que se comunicaba con tanta naturalidad, que tenía tanta avidez por charlar,
compartir con los demás, tanta que pudo convencernos a todos de agregarle horas
de piso de cemento a nuestros cuerpos para escucharlo, para escucharnos.
Después vendrían otras cárceles,
libertades a tiempos diferentes, vidas un poco menos heroicas pero más cerca de
lo humano y lo vivible. El perderse de vista entre el mar de nuevas relaciones,
amores, familias.
Nos vimos en ocasíón de convertirse el
aeropuerto de Trelew en Centro de la Memoria. Entramos a la cárcel de Rawson,
pude “probarme” la celda que habité en 1974. Entre exclamación y exclamación nos
contamos algunas cosas. Tanto era lo vivido que no se podía juntar en un relato
como los del Chaco.
Hoy, mi ex mujer me manda un whatsapp.
“¿Conocías al Nono Ortolani?. Nada… te
imaginás. Sí se murió. Estamos grandes”
Sólo esperar que en estos años que le escamoteamos
al genocidio el Nono haya vivido con tanta plenitud como la que ponía en sus
relatos. Y recordarlo
(*) Chanchos: pabellón de castigo
(**) Yuga: carcelero
(***) Comunes: se llamaba así a los presos por delitos "comunes" antes de los Redondos