Durante
años, pero sobre todo estos últimos doce, probamos, nos probamos,
incluimos a nuevas generaciones en la prueba de que podemos construir un
país para todas y todos, que fuimos capaces de sobrevivir con nuestro
bagaje de sueños y utopías y concretar muchos, que nuestros compañeros
no cayeron en vano y que el prolongado sùfrimiento de nuestro pueblo
no terminó de borrar su identidad ni sus pretensiones de vida.
Volvieron
las mejores palabras y lo que quisieron sepultar recobró su vigencia.
Nuestros muertos y desaparecidos salieron de las fotos para ser
identidades, un espejo para nuestros hijos y nietos. ¿Qué vida más lograda que aquella en que compartimos luchas, sueños e ideales con
quienes engendramos?
El olvido, la mentira, la injusticia tuvieron
que ceder paso al reclamo colectivo. Primero la anulación de las leyes
de la impunidad, luego los juicios, ver los campos de concentración
devenidos en espacios de memoria, los pibes recuperados, los pañuelos
como un símbolo que no retrocede, genocidas con la condena oficial y la
del desprecio popular.
Cierto, nada es para siempre, vivimos en un
mundo y un paÍs más desigual que los que merece nuestra gente. Las
conquistas de un momento pueden ser las pérdidas del siguiente.
Sin
embargo, desde el genocidio a hoy no sólo pasaron décadas, también
quedaron valores que se incorporan al sentir y el vivir de las mayorías.
Veo que muchos amigos y compañeros se resienten al escuchar nuestras
palabras en boca de gestores, beneficiarios y cómplices del genocidio.
Que el presidente del país más criminal de la historia y del presente
visite el Espacio para la Memoria, que otro presidente, el de la
restauración neoliberal, se anoticie por primera vez de la
conmemoración del 24 de marzo y ponga por primera vez sus pies en
espacios de la memoria. Estas escenas pueden ser sentidas como afrentas,
como una vejación.
Tal vez por mi optimismo, tal vez por lo he
visto realizarse después de aquellos días en que parecía no haber más
futuro, creo que los que padecen la afrenta son aquellos líderes de la
impostura: hablan de lo que deploran, reivindican lo que rechazan. Los
veo y escucho y siento que en este 24 se reafirma una línea de la que
aún no pueden hacernos retroceder porque está en el alma de nuestro
pueblo.
Nada es para siempre, pero cuando un valor, una conquista
se anidan en el pueblo se necesitan muchas derrotas para se pierda. Los
días más felices pueden volver si no nos equivocamos.
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