Sin embargo, o tal vez por eso mismo es uno de los hechos más silenciados de nuestra historia.
Dos consignas marcaron la convergencia de objetivos de la convocatoria Una: PAN y TRABAJO, los ejes con que la resistencia obrera se entrometía en las peregrinaciones a San Cayetano, a Luján y otros eventos en los que podía mezclarse y evitar, en lo posible, los secuestros y balas de la dictadura. La otra: LUCHE Y SE VAN, resabio de mejores épocas, pero también un diagnóstico de la crisis política de la dictadura, marcada por el endeudamiento externo, las luchas de facciones y el agotamiento del proyecto con que se encaramara en el poder.
En estos días la amnesia progre deriva en un intento de apropiarse de un pasado que no se ganó. Se ignora al 30 de marzo y se habla de Malvinas y el apoyo popular a la aventura dictatorial. De ahí a pontificar sobre la complicidad del pueblo con los milicos y la falta de resistencia popular no hay más que un paso.
Pero el 30 de marzo está allí, a mano de nuestra búsqueda y nuestra decisión de recuperar el día en que el reclamo popular empezó a resquebrajar el poder dictatorial.
Los alcahuetes de siempre convencieron a la Junta de su control del movimiento obrero. Allí estaba la CGT Azopardo con Triacca y Cavalieri para demostrar docilidad tanto en el país como al integrar delegaciones a la OIT.
Pero en otro nivel estaban los sabotajes en ferrocariles, la militancia de los sobrevivientes, la resistencia cada vez más visible que comenzó a confluir en los 25 y la CGT Brasil, con Saúl Ubaldini a la cabeza .
El antecedente: el paro del 27 de abril, de magnitud dispar en las diferentes provincias
La Plaza llena, el fervor con que trabajadores y militantes afrontaban la represión, la réplica de esta movilización en la grandes ciudades del país, confrontan a los milicos con el fantasma de una nueva retirada. Una parte de la dirigencia gremial había comprendido el hartazgo popular y la respuesta movilizada se produjo. Trabajadores, organismos de Derechos Humanos, las Madres, en una convergencia con la Multipartidaria conformada un año antes. Recuerdo la tensión y la espera de noticia entre los presos en la cárcel de La Plata, donde estábamos al tanto de lo que se venía. Y nuestra simple contribución: al salir al recreo circulamos al revés en el patio. Una pavada, pero ver la perplejidad de los yugas en una cárcel en que se torturó y se envió compañeros a la muerte, nos hizo sentir mejor.
El genocidio, el terror, el desmantelamiento productivo otra vez parecieron fracasar frente a la reaparición del pueblo en las calles.
Si bien el reclamo sumó dos militantes asesinados y centenares de presos, los diarios no pudieron menos que publicar las fotos de gaseadas y enfrentamientos. La paz de los sepulcros se acababa.
Los sectores más aventureros de las FFAA deciden entonces lo que Borges llamara "la fuga hacia adelante": ocupar Malvinas.
Ahí se abre otro capítulo, más oscuro y problemático. El pueblo se debatirá en la confusión entre su rechazo a los milicos, la reivindicación histórica de nuestros derechos sobre las islas y el apoyo a los pibes, enviados en masa a combatir con un enemigo superior en términos materiales y experiencia militar.
El resto es historia conocida.
Pero lo esencial es que los genocidas no cayeron por boludos; fueron por Malvinas hasta una derrota que terminó de ponerlos en ridículo a ellos y sumió al pueblo en más dolor y bronca. Todo porque la CGT Brasil les anticipó el 30 de marzo su caída.
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