Ayer se lesionó Romagnolli, nuestro armador y sufro su ausencia, por lo que pierde San Lorenzo, por las ganas que Leandro estaba poniendo para dejar detrás la lesiones y darnos todo lo que sabe.
De cara al campeonato y ya sin Román, es como si la magia se hubiera esfumado.
Pero Román...
Tuvo que pasar todo lo que pasó para
que se disipe el humo y emerja claro lo que siempre estuvo a la vista de la
mayoría, salvo deportólogos influyentes y los que cortan el bacalao en el fútbol
nacional.
Pasó que el “aguerrido” Passarella y
el “genial” Bielsa dejaron –nos dejaron- pasar 2 mundiales sin el mejor Riquelme,
con selecciones sin identidad ni trascendencia, (lógico no estando Él) selecciones
que no jugaron a nada pero realizaron grandes aportes a la retórica contemporánea
tales como “la pelota no dobla”, “lo importante es el equipo”, “un buen técnico
no necesita quien arme el juego dentro del campo”, “lo que se necesita es
caudillo”, “un jugador no hace la diferencia”, “en el fútbol moderno todos los
esquemas son relativos”, no tengo la energía que se necesita”, “el jugador
moderno juega en todos los puestos”.
Uso el calificativo, ”el mejor” Riquelme, como si tal calificativo,
pudiera distinguir al Riquelme gambeteador y de pegada quirúrgica de sus
primeros años, ya ganador de mundialitos con Pekerman, de aquel que agregó goles con Bianchi como técnico, o aquel que
definitivamente supo cargarse al hombro equipos siempre por debajo de su
calidad, se tratara del Boca que llegó a humillar al Real Madrid, del Barsa que
se comió a Van Gall, del Villareal que casi da el batacazo y hoy sólo se
recuerda por el paso de Román, o este Román ya veterano que llevó al paroxismo
lo que siempre lo distinguió de todos los que jugaron futbol luego de Diego en
Argentina, lo que “los de antes” llamaban PANORAMA. Lo que lo emparenta con
Bochini, Wellington, Ermindo, el Coco Rossi, el Beto Menéndez, el Beto Márcico, esa
virtud de saber dónde está cada jugador, dónde está débil el equipo contrario,
dónde el propio, cuándo hay que acelerar y cuándo dormir un partido, cuándo
calesitear y cuándo meter un pase de 10 ó 40 metros para que un compañero quede
cara a cara con el arquero, toda la coreografía a favor como si hasta los
contrarios se sometieran a su geometría. Si no se hubiera inventado aún el GPS
Román y su juego podrían haberlo propuesto a la imaginación de todos. Estar en
cada momento en un lugar sabiendo todo lo que pasa alrededor, ser en fin estratega.
Pasó, también, que el buen técnico
que es Pekerman tropezó dos veces con la misma piedra. Peor aún, tomó dos veces
la misma errónea decisión de llevársela por delante: en final de Copa, faltando
unos minutos y con la selección argentina arriba en el marcador lo sacó a Román para terminar perdiendo frente a Brasil. En el Mundial de Alemania
lo saca cuando íbamos 1 a cero y el final ya lo sabemos.
Pasó también que Diego, humano al
fin aunque Dios con la pelota, creyera se podía prescindir de Román –el último armador
de Argentina y uno de los dos o tres del mundo- aunque no hubiera entre sus
convocados uno solo que cumpliera la función de ordenar un grupo que le llegó
incendiado, más involucrado en internas que en la acción solidaria.
Pero no alcanzó. Fue necesario aún
que Román se vaya de Boca, que su figura deje de jerarquizar las canchas de
Argentina, para que hoy todos los periodistas deportivos y supradeportivos descubran
lo que siempre supo la hinchada de Boca, lo que siempre supimos los que creemos
que existe una escuela argentina de fútbol, con armador, control de pelota y
territorio, toque, manejo de los tiempos, corazón y elegancia: que Román es
irremplazable y con su partida perdemos todos.
Y allí los tenemos a los "especialistas", hechos un mar de
lamentos después que se cansaron de cuestionar la vigencia de Román, su carácter, ocupados unos en
ocultar otros en ignorar que pasaron dos décadas sin que los clubes promuevan
nuevos armadores, ya que se dedicaban a producir “todo-terrenos” para vender en
Europa, guita rápida aunque terminen volviendo en meses, derrotados antes de despegar.
Así, nos quedamos
lamentando que se retirara Zidane, aquel que ya campeón mundial y jugando en el
Real atravesó toda la cancha para saludar a un Riquelme al que reconoció como
su modelo de jugador. O envidiamos a Iniesta, como si España viniera de abundar
en la producción de estrategas.
En una Argentina que todo se
recompone, el curso del fútbol marcha a contramano: donde la identidad se reafirma
se gesta un fútbol ajeno, donde se avanza en deportes hasta hace poco minoritarios
vimos unos Juegos olímpicos sin nuestra selección juvenil porque no clasificó.
No sé, quisiera ser optimista y creer que Román volverá, que lo de Leandro no serán los ligamentos cruzados, que en cualquier canchita de cualquier lugar del país despuntarán nuevos estrategas y en los clubes no abortarán ese renovado encuentro del fútbol, nuestro fútbol con sus fundamentos. Pero por ahora sólo son ganas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario