“Saquen a los
comunistas del Estévez” fue la orden de Levingston, el general que vino desde
los EEUU a reemplazar a su inefable antecesor, Onganía. Y el trámite se realizó
como se realizaba en esa dictadura: blindado, patota, gaseada, palos y
clausura. Clausura del dispositivo, ya
que la locura de aquella dictadura no llegaba al punto de cerrar un manicomio.
Para su conservadurismo, los locos eran casi tan peligrosos como aquellos a
quienes llamaba subversivos y pretendía tener encerrados a unos y a otros.
Aquella
dictadura tuvo un destino rico en paradojas. Vino a terminar para siempre con
el peronismo y la rebeldía popular y tuvo que dejar el poder de apuro en manos
de un gobierno que ganó prometiendo la vuelta de Perón. Expulsó con la noche de
los bastones largos toda una generación
de docentes progresistas. Acto seguido, Onganía promovió docentes que lo
aliviaban con su filiación cristiana. El resultado: entre los docentes tercermundistas
y los que sobrevivieron a la purga supieron acompañar y a veces promover un
proceso de democratización y cambio en las universidades y la irrupción del
estudiantado setentista. Quiso eliminar la autonomía universitaria, favoreció
el mayor acercamiento de la historia entre estudiantes y trabajadores, el que
coronó el Cordobazo. Designó Director de Salud Mental al Dr. Estéves, un
coronel médico que participaría años después en el genocidio. Pero en esta, su
primera gestión en dictadura, profesionales como Grimson y Caminos lograron sustraer
espacios manicomiales a la lobotomía y el chaleco químico. En Federación, en el
Estévez florecieron las experiencias de comunidad terapéutica, los internos
pasaron a ser reconocidos como seres humanos, se horizontalizaron de modo fugaz
pero profundo las relaciones entre profesional y persona en asistencia. No eran
una política de Estado sino, como pasaba en muchos ámbitos, experiencias
innovadoras forzadas por un proceso popular que cobraría todo su vigor en 1973.
En las instituciones de salud mental, en cambio, la represión en el Estévez cerró
este ciclo de renovación, el manicomio volvió por sus fueros (un mes después del
cierre se volvieron a usar los chalecos de fuerza y el chorro de agua fría "para
calmar pacientes") hasta cobrar la forma de depósito de famélicos que supimos
ver durante el menemismo. Pero la mirada sobre las personas con problemas de slaud mental ya no es la misma, las actitudes institucionales, y profesionales tampoco. Prosperaron otras experiencias más o menos institucionales, como la Carlos Cardel en su momento, la Colifata hoy, el PREA, hay nuevas leyes,la inclusión empuja por hacerse efectiva. Todo, también a propósito de la salud mental, cambió a partir de los ´70.
La foto del Estévez es del 71, pero la debo.
En nuestros
días, internet es calificada como la nueva panacea que nos iguala: todos
accedemos, todos podemos. Pero aún después de navegar horas no encontré aquella foto que tuve que rescatar de mi memoria y no sé si la vi en Crónica,
“Confirmado” o “Así”. Es la web: todos accedemos pero no todos tenemos el
tiempo ni el material para que esté allí todo lo que la memoria social necesita.
Otros sí tienen el tiempo y el recurso para borrar todo vestigio que incomode.
Busco entre
los rostros a amigos, compañeros, Willy, psiquiatra del Borda, ex preso de la
última dictadura, ahora detenido por la
Metropolitana, el “Nono” Frondizi que viene defendiendo los Talleres hasta lo
indecible, Carlos que me cuenta por teléfono que están gaseando y dice sin
dudar “en una hora conferencia de prensa”.
Un
camarógrafo de Clarín, “Pepe Mateos”, aquel que destapara con sus fotos el asesinato
de Kostecky y Santillán a manos de la policía, resultó golpeado y detenido. Clarín,
sin embargo, habla de “enfrentamientos”.
En los
terrenos del Hospital Borda, más precisamente en sus jardines, trabajadores, internos,
diputados de la Ciudad y periodistas
fueron agredidos por la Policía metropolitana que entró sin autorización judicial
y contra toda norma vigente con el único fin de garantizar la demolición del
edificio del taller.
Más de treinta
años han pasado entre aquella represión en dictadura contra trabajadores e internos del Estévez, en Lomas
de Zamora y esta represión en el
hospital Borda. Como en aquellos tiempos resalta la cordura y firmeza de
internos y profesionales frente a la virulencia y el cinismo de quienes los reprimieron
y quienes ordenaron golpear y gasear. Pero acá terminan las similitudes.
En el Borda no
se reprimió como reacción contra lo diferente, por rechazo a la locura, ni por la moralina que veía como pecaminosa la
acción liberadora que promovían las comunidades terapéuticas. Tampoco fue el
temor a que la subversión comience por los manicomios, como algún funcionario militar
supo decir en los ´70. Si para los
milicos de la época de Onganía, la democracia y la participación en el
manicomio eran comunismo, para Macri es comunismo que se use el predio del Borda,
el espacio de los Talleres, para la salud de la gente y no para un Centro
Cívico que justifique negocios para amigos y allegados.
La demolición de los talleres protegidos, un
espacio que promovía la inclusión de personas con patologías mentales mediante
la cooperación productiva, no obedeció que las autoridades de la ciudad antepongan
problemas religiosos o filosóficos con respecto a la labor terapéutica de los
talleres. Por el contrario y en ánimo de especular hasta podríamos suponer que
no se opondrían a que este tipo de talleres funcione en otra parte, fuera de la
ciudad, donde el uso de ese espacio no
se contraponga con la especulación financiera, el negocio de las urbanizaciones
exclusivas, el desguace de la cobertura pública de salud y la arbitrariedad
gubernamental de que hace gala del gobierno de la Ciudad.
Hace 30 años
las comunidades terapéuticas, como el movimiento estudiantil, la democracia sindical,
la psicodelia o el rock nacional,
estaban en la vereda opuesta de las prácticas y convicciones que sostenía la
dictadura. En ese antagonismo la dictadura fundaba su represión y autoritarismo.
Hoy, cuando
en el orden nacional se marcha a la inclusión y la ampliación de derechos, el gobierno
de la Ciudad manda a demoler los Talleres, aun violando la decisión judicial en
contrario, para construir un centro
cívico del que se beneficiarán, vale la pena repetirlo, la especulación
financiera, las constructoras amigas y los interesados en el desarrollo de una
ciudad cada vez más excluyente, que expulse hacia la periferia a los pobres,
indigentes y todo aquel que desentone con su “estilo de vida”.
En nuestro
estupor, a muchos nos surge pensar en lo irracional de una represión contra
internos de un neuropsiquiátrico, de la falta de límites en la agresión contra
gente indefensa. No se trata de irracionalidad sino de otros intereses. La inclusión
social va de la mano de la democratización de las FFAA y fuerzas de seguridad,
de su subordinación a la constitución, su resguardo de los derechos humanos. Pero cuando lo que se quiere es un modelo de exclusión, lo “racional” es construir una policía
brava, fuerzas dispuestas a reprimir a cualquier costo.
Por eso el
gobierno de la ciudad supo designar al “Fino”
Palacios al frente de la naciente Metropolitana a pesar de todas las denuncias
en su contra. Se cuentan 42 entre 52 agentes "recuperados" de la Federal que se desempeñaron durante la dictadura. Nada más racional que emplear esos personajes si lo que se quiere
es conformar una policía que vaya en contra de la ciudadanía y de todos sus
reclamos. Para esto los entrenaron.
Los trabajadores del Borda han deliberado y tomaron una decisión: reconstruirán los talleres protegidos. Allí habrá que ir. A construir los que saben, a apoyar, cebar mate, acompañar, los que no. Hablar de la agresión policial con quienes la sufrieron aporta a reparar sus efectos traumáticos, pero si se vuelven a levantar los talleres los internos tendrán un mensaje aún más reparador: la reconstrucción solidaria les dirá que del otro lado de las paredes del predio, en esa sociedad que a veces ven que los rechaza y otras los agrede, también hay personas, muchas que se preocupan de su suerte y los acompañan. La lucha de los trabajadores e internos del Borda es algo más que una acción por la salud mental de los pacientes, es por la salud de la sociedad toda, es parte del proceso de inclusión que vive la Argentina, no sólo de inclusión de los postergados en los beneficios de la democracia sino inclusión de la Ciudad de Bs. As en el país, del cual su gobierno toma cada día más distancia.
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