Estamos en medio de lo imposible y con la pretensión de seguir
adelante. Horacio González lo dice ayer en Página 12, en su artículo "Frente a la dificultad"
En medio y por imperio del malentendido prosperamos a pesar
de una desventaja esencial: nos revindicamos como pueblo en un sistema que se
reproduce en nuestra contra, el capitalismo. Y lo hacemos en el peor momento,
aquel en que, como dijo Zizek a los indignados de EEUU "el matrimonio
entre el capitalismo y la democracias ha muerto". Lo hacemos cuando todo -desde los medios hasta
las agencias internacionales, los ex progresismos, desde los fondos de fomento
hasta el espionaje- avanza con la exclusión y lo bizarro. Entre el fuego
cruzado que desalienta y crea realismos de derrota entre nuestras gentes un puñado de gestas acá, en el sur de América,
sostiene y ejecuta banderas de inclusión e igualdad a veces de modo glorioso, a
veces a los tumbos. Garantizamos democracia en el capitalismo y aún a su pesar, a pesar de los poderes y de la oposición.
El malentendido, se sabe aunque algunos lingüistas lo olviden, se manifiesta en el decir pero suele reposar en el devenir de lo imaginario: los pueblos suelen dar lo que sienten que pueden antes que lo que indica lo medible en ellos. Horacio vislumbra que en nuestro caso algo del peronismo
incide, aunque deja la sospecha de un límite en lo que yo preveo como la
condición necesaria: hay kirchnerismo, reparación, memoria, verdad, justicia,
soberanía, porque hubo, hay peronismo en las raíces de nuestras convicciones.
El que hizo falta para ir hacia lo impensado en 2003 y seguir doblando apuestas
cuando hay zozobra. Hay algo que explicar aunque nos falten elementos: mientras
movimientos emancipadores históricos se mostraron permeables al virus capitalista y
corrieron por diferentes vías de transformismo, el peronismo revivió después
que sus peores deformaciones, el lopezrreguismo y el menemismo pudieron
confundirse con su muerte.
Es hoy por
hoy un matiz que puede soslayarse si coincidimos que es la hora de recrear este
desorden emancipador que encarnamos como kirchnerismo.
No hace mucho, las usinas neoliberales anunciaron la muerte
de los grandes relatos y muchas mentes bienintencionadas salieron a darle la
razón a aquel enunciado que parecía romper definitivamente con las lógicas
antiguas del progreso, la liberación, la igualdad, el paraíso posible de ser
construido en la sociedad humana.
El devenir del mundo, esto es el avance financiero militar y
la resistencia de los pueblos allí donde los grandes relatos no se despegaron
de su origen, vino a poner las cosas en otro lugar que el que esperaban los
escribas posmodernos: el encuentro entre el legado originario y el marxismo en
Bolivia, la gesta por la nueva república en Venezuela, la gesta metalúrgica
proyectada hacia el Estado en Brasil, la insurgencia setentista en Uruguay, el
peronismo, la gesta plebeya de mayo y los ´70 en Argentina, cada gran relato
hizo viable lo imposible, aquello que Cuba pareció desmentir con su soledad de
décadas.
No es la revolución pero, como dice Horacio: “el verdadero capitalismo
globalizado no desea que prosiga (mos)”, el poder mundial siente que
estamos haciendo banquetes usando sus cubiertos y salones, gozamos –relativamente,
es cierto- del cobjijo de lo que considera su casa cuando deberíamos vagar por
mendrugos en los suburbios del sistema.
Es
cierto entonces, el gran poder quiere terminar con nosotros, pero ve mellada su
arma expeditiva, los golpes militares, tiene ideología y medios para confundir
pero poco para convocar, menos para esperanzar, sus liderazgos son menos que
estrellas fugaces. El tiempo, las convicciones y la decisión, pero también el
gobierno aún están de nuestro lado. El futuro no está escrito pero sí sabemos
dónde está la puerta de acceso: hay que revertir agosto en un triunfo en
octubre, ir por más como lo indica nuestro relato. Frente a la dificultad
Por Horacio González
Hasta el momento, un sutil e implícito descentramiento vino jugando a favor del Gobierno. Ha tenido trato con el vacío y la plenitud, ha surgido de un vértigo y creó una institucionalidad movediza que puso sobre la arena política debates cruciales sobre la historia colectiva. Sale machucado de esta jornada, pero su compleja respiración sigue viva. No es anticapitalista, pero no todos los procapitalistas caben en él. Verdaderamente, el verdadero capitalismo globalizado no desea que prosiga. No es antirrepublicano, pues sus actos, que proyectan reformas institucionales o leyes avanzadas, se someten al debate parlamentario y al juego democrático general. No obstante, sus impulsos reformistas son pretextos variados para la crítica de un neorrepublicanismo que a veces siente estar frente a una dictadura. Tampoco el Gobierno es enteramente peronista: si buena parte del peronismo cabe en él, no todo el kirchnerismo cabe en el peronismo. ¿Y el peronismo? Visto desde su propia complacencia, está escindido para siempre, aunque conserva el mismo nombre. Hay en su interior el dilema de origen: o su memoria da paso a otros rumbos o se instala en su ocaso litúrgico.
El Gobierno no es contrario a las inversiones extranjeras, pero buena parte de su adversarios lo acusan de ahuyentarlas, lo que hace sospechar la paradoja de que cuando lo critican por verlo contrario a tales inversiones es por su tendencia nacionalizadora, que sin dejar de ser genuina, no se realiza en la época de Scalabrini Ortiz sino en la de los fondos buitre. El Gobierno gobierna en la dificultad, no en el auge. ¿No lo sabíamos?
No menosprecia cierto privilegio hacia el revisionismo histórico, pero reivindica a los principales héroes de la Ilustración argentina, no desdeña a Sarmiento ni a Lisandro de la Torre, e incluye un saludo explícito a la reforma universitaria de 1918. Mientras al peronismo más estricto le gusta recordar que la gratuidad de la enseñanza universitaria explícita viene de Perón, la Presidenta puede saludar este hecho de naturaleza democratizadora en lo económico, aunque acentúa la historia democratizadora esencial. ¿Cuál es? Que ese reformismo universitario progresista es el que ocurre en la conciencia institucional universitaria, en el corazón de los saberes humanísticos. Precisamente en aquel año en que Deodoro Roca, el último gran hombre de la gran Ilustración argentina, escribe el Manifiesto Liminar. Hay que saberlo.
Como nunca, dado el carácter repentino o su gusto por lo flagrante, los actos más diversos del kirchnerismo hicieron surgir a la luz las afecciones más profundas, las motivaciones primarias, las oscuras incitaciones del país, a veces encerradas en memorias lejanas de las encrucijadas nacionales. En el marco de una campaña adversa que, recurriendo a poderosos thrillers, género truculento que procura altos resultados emocionales, asoció al Gobierno a espantables corrupciones que taponaban toda discusión posible. Inclusive impedía la propia discusión más precisa sobre la corrupción. Puede comprobarse que a pesar de tales campañas, que hacen de la política un mundo espeluznante y patibulario, la elección realizada por el Gobierno fue su momento de mengua, pero de digna resistencia ante tales ataques.
Más que multipartidarias, esas arremetidas lanzaban sus flechas desde una condensación mediática inusitada. Se atacó al Gobierno bajo la hegemonía de la injuria fácil, arma conservadora por excelencia. Los resultados electorales dicen que el Gobierno resistió como pudo la tensión en sus ciudadelas. Si los resultados que obtuvo no son ni espectaculares ni lo desobligan de mayores compromisos explicativos, le trazan ahora un horizonte donde deben convivir con reorientaciones y reflexiones más exigentes. Exámenes internos, rigores analíticos mayores, son sin duda lo que el momento aconseja. ¿No lo sabíamos? Hay que saberlo.
Descartemos dos visiones extremas. Se equivocan quienes suponen que hay un “aparato estatal” que tiene efectos coercitivos sobre el voto –el viejo espectro del clientelismo–, como quienes también digan que los “aparatos comunicacionales” hayan llenado de comidilla servil a la oposición. Es obvio que eso existe, son elementos de cuya abstención no puede jactarse ninguna elección. Pero para comenzar a hablar, no vale ya decir lo obvio. El voto como entidad colectiva es lo que se sabe a sí mismo como señal de validez, es lo ya dado, no como operación espuria. Existió la voz gubernamental, y la otra voz. La frase “la patria es el Otro” adquiere ahora su verdadera dramaticidad. Lo sabíamos.
Pero es necesario decir también que hubo varias campañas. La de los partidos, coaliciones, ligámenes personales. Y la “otra campaña”, hecha por los karatekas de las sombras, alegres comediantes de individualismo posesivo, que sin duda tuvo grandes efectos. Se basaron y a la vez crearon un tipo de elector desideologizado, que convive con la inmediatez de tiempos quebradizos y en donde la mundialización de los gustos y formas de vida ejerce un mandato de condena, en términos de sumisión y pobreza, sobre millones de personas en todo el mundo. Vivimos bajo nuevas formas de vigilancia, consumo, simbolizaciones sumarias pero efectivas en la creación de estilos políticos bajo dominios tecnológicos que implícitamente definen la cantidad de hombres y mujeres que serán marginados o víctimas del hambre y la inanición. De nada de esto saben Massa o Macri, pero desde ya deben demostrar querer saber más de esto los que hayan dicho que escucharon flamear antiguas y nuevas banderas populares.
Es un lugar común admitir los errores sin decir cuáles son, pero en la raíz de la situación vemos un gobierno que cosecha un caudal mediano de votos –aun siendo la primera fuerza nacional y manteniendo quórum propio en las cámaras–, y que no merma ante los electores por sus deficiencias, sino por lo que largamente ha insinuado, su reformismo atrevido y no sus dimisiones. Porque hay un supremo error en todas las fuerzas políticas de nuestros países. La poca atención que se presta a las nuevas configuraciones de dominio, el mando mundial, que tiene las más oscuras zonas de disputa, que afectan los viejos legados democráticos, que adoptan la imposibilidad de detener guerras latentes, provocándolas. Larvadas o intermitentes, lanzando operaciones bélicas de todo tipo. Mantener las instituciones democráticas es vital; tan vital que solo se lo hace yendo a la cepa última de esta situación, esta estructura de escasez que propone el mundo capitalista real para las clases populares, y no tanto una fenomenología social válida –seguridad, inflación, corrupción–, temas que cuando las izquierdas populares no toman adecuadamente, están más fácilmente disponibles para que los nuevos conservadores se apropien de ellos, porque ellos no son ni quieren ser sino eso.
Todas las nociones colectivas, lo social como signo emancipador, están en riesgo. Países donde se ha avanzado en esos conceptos –finalmente culturales– sin abandonar desarrollos productivos que no afecten el destino de la humanidad, lo humano mismo, son precisamente los países cercados por nuevas alianzas estratégicas –como la del Pacífico– y decisiones de agencias secretas que repentinamente ven un objetivo militar en el avión de Evo Morales. Son coacciones que fuerzan a la clase política mundial, inclusive a la que en el pasado mostró aspectos que podrían llamarse progresistas, o tercermundistas, o de liberación social, a convertirse en el programa del liberalismo obligatorio, que ya nada tiene que ver con herencias venerables del siglo XVIII. Ahora es un liberalismo que puede no aludir a invasiones, bombardeos, confiscación de embarcaciones, administraciones de la usura mundial que tiene a su servicio cortes supremas, aviones militares no tripulados, pero aparece como su complemento. Apéndice que en su mejor nivel es medroso y en su peor nivel es oportunista y pusilánime. Ese neoliberalismo se apresta a volver, alimentado por afluentes sombríos, que algunos conocen bien, otros no aciertan a detectar, aunque pronuncien muchas veces palabras superficialmente adecuadas. Lo sabíamos. Es tiempo de auscultar lo que somos, interpretar con agudeza los nuevos horizontes de justicia y rehacernos en el acoso.
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