De mi FB, 15 de noviembre
El error de Zizek (se transcribe su artículo más abajo) está en la pregunta de que parte su análisis: " La
victoria de quien sería mejor para el destino de un proyecto
emancipatorio radical?"
Ese destino, "un proyecto emancipatorio
radical", no estÁ ni cerca ni estará en juego durante esta década en los
EEUU ni en ningún país central, por lo que definir el voto a partir de
esta pregunta tiene tanta entidad como preguntarse qué ómnibus tomar
para ir asegurándose llegar a Marte.
La pregunta que uno debe hacerse es
más simple: Teniendo en cuenta que Trump y Hillary son belicistas,
imperialistas, etc., etc.: ¿el triunfo de quién perjudicaría más a los
pueblos del mundo?
Si consideramos el papel del Estado en la
constitución del sentido común en los EEUU y, por carácter transitivo
imperial, en todas la sociedades del mundo: ¿cuál sería el efecto social e
ideológico de la elección de un energúmeno como Trump que saca del
plano de lo no dicho a la misoginia, la discriminación, el racismo, el
imperio del más poderoso y los pone en combo a votación por las mayorías
de EEUU?
Esto ya era claro antes que ganara Trump, pero el festejo
de Amanecer Dorado en Grecia y la marcha del Ku Kux Klan en EEUU en
celebración de su triunfo lo confirman.
Alguien puede suponer que lo
de Zizek es por error de información o de falta de elementos técnicos.
No es así. El izquierdismo no toma el nivel de conciencia de los pueblos
como rasero para definir qué tarea central se juega en cada coyuntura
política para el pueblo. Por el contrario, cree que, como vanguardia, es
su propia visualización de los problemas lo que define qué debe hacer
el pueblo y qué propuesta debe sostenerse. Así, convierte en hecho
activo, resistencial, lo que cualquier argentino viviría como desinterés
o pasividad: no ir a votar.
Trump no ganó por propuestas como las
de Zizek, por supuesto. Una de las consecuencias de una propuesta que
no entiende lo que se disputa en la sociedad es que no tenga
trascendencia, ni despierte gran interés, ni movilice voluntades. Sólo
sirven para mantener distancia entre los pùeblos y aquellas visiones que
prescinden de lo que esos pueblos están dispuestos a hacer. ("(..."
porque, bien miradas las cosas, los pueblos se proponen sólo aquellos
objetivos que pueden realizar (...)", Carlos Marx, prefacio a la
Contribución a la crítica de la economia política)
Slavoj Zizek on Clinton, Trump and the left’s dilemma.
En el romance Ensayo sobre la lucidez, José Saramago narra una serie de extraños acontecimientos que ocurren
en una capital no nombrada en un país democrático no identificado.
Cuando la mañana del día de la elección es entorpecida por lluvias
torrenciales, la cantidad de ciudadanos que salen de casa a votar se
muestra perturbadoramente baja. Pero a mitad de la tarde, el clima se
normaliza y la población sigue en masa a sus escuelas de votación. El
alivio del gobierno, sin embargo, dura poco: el conteo de votos revela
que más del 70% de las papeletas depositadas estaban en blanco.
Estupefactos con ese aparente lapso cívico, el gobierno les da a los
ciudadanos una segunda oportunidad y luego en la siguiente semana decide
convocar a otra elección. Los resultados son aun peores: ahora, el 83%
de las papeletas depositadas están en blanco…
¿Será una conspiración organizada para tirar abajo no solo el gobierno
dominante sino la totalidad del sistema democrático? Si es así, ¿quién
estará detrás de eso? Y ¿cómo lograron organizar a cientos de miles de
personas para esa subversión sin siquiera ser notados? La ciudad sigue
funcionando en aparente normalidad, con el pueblo esquivando cada uno de
los embates del gobierno en inexplicable unísono y con un nivel
verdaderamente gandhiano de resistencia no violenta… La lección de ese
experimento de pensamiento es clara: el peligro hoy no es la pasividad,
sino la pseudoactividad, el impulso de “ser activo” y de “participar”
para enmascarar la vacuidad de lo que pase. Las personas intervienen
todo el tiempo. Las personas “hacen algo”. Académicos participan de
debates sin sentido, y por ahí va. Pero la cosa verdaderamente difícil
de hacer es dar un paso atrás y retroceder. Los detentores del poder
generalmente prefieren hasta una participación “crítica” que el puro
silencio –simplemente para estar seguro de que, con algún tipo de
diálogo escenificado, nuestra amenazadora pasividad esté quebrada. La
abstención de los votantes es por lo tanto un verdadero acto político:
ella forzosamente nos confronta con la vacuidad de las democracias de
hoy.
Esa es exactamente la forma como deben actuar los ciudadanos
ante la elección entre Clinton y Trump. Cuando preguntaron a Stalin a
fines de los años 1920 qué desvío consideraba peor, el derechista o el
izquierdista, él rebatió: “¡Los dos son peores!” ¿No pasa lo mismo con
la elección ante la que están colocados los electores estadounidenses en
las elecciones presidenciales de 2016? Trump es evidentemente “peor” en
la medida que promete un giro a derecha y escenifica una degradación de
la moralidad pública, sin embargo, mientras al menos promete un cambio,
Hilary también es la “peor” en la medida que hace que no cambiar nada
parezca deseable. Ante tal elección, no debemos desesperarnos y elegir
el “peor” que significa cambio –aunque sea un cambio peligroso, abre
espacio a un cambio distinto y más auténtico. La cuestión no es votar a
Trump -no solo no se debe votar a un parásito como él, sino siquiera se
debe participar en esas elecciones. El punto es abordar el problema de
manera fría y hacer el siguiente ejercicio de pensamiento: ¿la victoria
de quién sería mejor para el destino de un proyecto emancipatorio
radical, la de Clinton o la de Trump?
Trump dice que quiere
“hacer que América vuelva a ser grandiosa”. Obama rebatió diciendo que
América ya es grandiosa. Pero ¿será que lo es? ¿Puede un país en el que
una persona como Trump tenga una oportunidad de transformarse en
presidente realmente ser considerado grandioso? Los peligros de una
presidencia Trump son evidentes: no solo prometió nombrar a jueces
conservadores para la Corte Suprema; movilizó a los más sombríos
círculos de supremacía blanca y abiertamente coquetea con racismo anti
inmigracionista; burla reglas básicas de decencia y simboliza la
desintegración de padrones éticos básicos; al decirse preocupado con la
miseria de las personas ordinarias, efectivamente promueve una agenda
neoliberal brutal con exenciones impositivas para los ricos, más
desregulación, etc., etc. Trump es un oportunista vulgar, pero es aun
una especie vulgar de la humanidad (al revés de figuras como Ted Cruz o
Rick Santoro, ¡que sospecho sean alienígenas!). Y lo que definitivamente
no es un capitalista exitoso, productivo e innovador –se destaca por la
capacidad que tiene de entrar en quiebra y luego hacer que los
contribuyentes cubran sus deudas.
Los liberales asustados con
Trump rechazan la idea de que una eventual victoria podría desencadenar
un proceso a partir del cual emerja una auténtica izquierda. Su contra
argumento preferido es una referencia a Hitler. Muchos comunistas
alemanes acogieron la toma nazi del poder como una oportunidad para que
izquierda radical se destaque como la única fuerza capaz de derrotarlos.
Como sabemos, su apreciación se demostró un error catastrófico. Pero la
cuestión es: la situación actual con Trump ¿es comparable a la de la
asunción del nazismo? ¿Será realmente un peligro que traerá consigo un
amplio frente de la misma manera que lo hizo Hitler, un frente en el que
conservadores “decentes” y libertarios lucharon junto con progresistas
mainstream y (lo que haya quedado de) la izquierda radical? Frederic
Jameson acertadamente advirtió contra la apresurada designación del
movimiento Trump como neofascismo: “Las personas están diciendo ahora
que ese es una especie de nuevo fascismo y mi respuesta a eso es:
‘todavía no’. Si Trump llega al poder, será algo distinto”. (Por otra
parte, el término “fascismo” es hoy muy usado como un significante vacío
siempre que emerge en la escena política algo obviamente peligros pero
carecemos del instrumental para comprender adecuadamente –¡no, los
populistas de hoy no son simplemente fascistas!) ¿Y por qué todavía no?
En primer lugar, el miedo de que una victoria de Trump hubiera
transformado a EE.UU. en un Estado fascista es una exageración ridícula.
EE.UU. Tiene una trama compleja de instituciones políticas y cívicas
divergentes, de forma que su Gleichshaltung derecha no podría ser
ordenada. ¿De dónde, entonces, viene ese miedo? Su función es claramente
la de unificarnos a todos contra Trump, velando así las verdaderas
divisiones entre la izquierda resucitada por Sanders y el proyecto de
Hillary –que es la candidata por excelencia del establishment, apoyada
por una amplia coalición arco iris que incluye defensores
neoconservadores de la Guerra contra Irak como el Secretario de Defensa
de George Bush Paul Wolfowits e intervencionistas como el Secretario
Asistente de Defensa para Política de Seguridad Internacional de Ronald
Reagan, Richard Armitage.
En segundo lugar, el hecho es que Trump
se alimenta de la misma rabia de la que se valió Bernie Sanders para
movilizar a sus partisanos –el es percibido por la mayoría de quienes lo
apoyaron como el candidato antiestablishment, y lo que nadie debe jamás
olvidar es que la rabia popular es por definición amorfa y puede ser
redireccionada. Los liberales que temen la victoria de Trump en realidad
no tienen miedo de un giro radical a derecha. Lo que temen realmente es
a un efectivo cambio social. Para hablar con Robespierre, admiten (y
están sinceramente preocupados con) las injusticias de nuestra vida
social, pero lo que realmente quieren es sanarlas por medio de una
“revolución sin revolución” (en exacto paralelo con el consumismo de
hoy, que ofrece café sin cafeína, chocolate sin azúcar, cerveza sin
alcohol, multiculturalismo sin choques violentos, etc.): una visión de
cambio social sin efectiva transformación social, un cambio en el que
nadie realmente sale dañado, en que liberales bien intencionados
permanecen abrigados en sus enclaves seguros. En 1937, George Orwell
escribió en su A camino de Wigan:
“Todos censuramos las
distinciones de clase, pero pocos desean seriamente abolirlas. Aquí
llegamos a la importante constatación de que toda la opinión
revolucionaria extrae parte de su fuerza de la convicción secreta de que
nada puede ser cambiado”.
El argumento de Orwell es que los
radicales invocan la necesidad por una transformación revolucionaria
como un tipo de coartada que debe alcanzar el opuesto, es decir,
prevenir el único cambio que realmente importa, el cambio que, de
ocurrir, toca a los que nos comandan. ¿Y quién efectivamente comanda a
EE.UU.? Podemos casi oír el murmullo de las reuniones secretas donde
miembros de las élites políticas, económicas y financieras están
negociando la distribución de puestos clave en la gestión Clinton. Para
que se tenga una idea de cómo funcionan esas negociaciones en las
sombras, basta leer los mails de John Podesta o el libro Hillary
Clinton: The Goldman Sachs Speeches (que saldrá en breve por OR Books de
Nueva York con una introducción de Julian Assange). La victoria de
Hillary es la victoria de un status quo ofuscado por la perspectiva de
una nueva guerra mundial (y Hillary es definitivamente una típica
guerrera fría demócrata), un status quo de una situación en la que
gradual pero inevitablemente nos deslizamos hacia catástrofes
ecológicas, económicas y humanitarias, entre otras. Es por eso que
considero extremadamente cínica la crítica “izquierdista” de Ian
Steinman a mi posición, que alega que
“para intervenir en una
crisis la izquierda tiene que estar organizada, preparada y contar con
el apoyo de la clase trabajadora y los oprimidos. No podemos de ninguna
manera respaldar el vil racismo y machismo que nos divide para debilitar
nuestra lucha. Debemos siempre estar del lado de los oprimidos, y
debemos ser independientes luchando por una verdadera salida de
izquierda a la crisis. Incluso si Trump causara una catástrofe en el
seno de la clase dominante, sería también una catástrofe para nosotros,
si no hemos puesto en pie los cimientos para nuestra propia
intervención”.
Es cierto, la izquierda “debe organizarse,
prepararse y contar con el apoyo de la clase trabajadora y los
oprimidos”—pero en este caso, la pregunta debería ser: ¿Cuál es el
candidato cuya victoria puede contribuir más a la organización de la
izquierda y su expansión? ¿No es claro que la victoria de Trump podría
“sentar las bases para nuestra propia intervención”, mucho más que la de
Hillary?
Si, hay un gran peligro en la victoria de Trump, pero
la izquierda se movilizará solo a través ese tipo de amenaza de
catástrofe. Si continuamos con esta inercia del status quo existente,
seguramente no habrá movilizaciones de la izquierda; citando al poeta
Hoelderlin: “Solo donde hay peligro a fuerza salvadora también emerge”.
En la opción entre Clinton y Trump, ni “se paran del lado del
oprimido”, por eso la opción real es: abstenerse de votar a quien,
aunque sea inútil, abre una gran oportunidad de desatar una nueva
dinámica política que puede llevarnos a una masiva radicalización por
izquierda. Pensemos en los que apoyan a Trump y son antiestablishment
que estarán inevitablemente descontentos con la presidencia de Trump.
Algunos de ellos deberán apoyar a Sanders para encontrar una salida a su
bronca. Pensemos en aquellos demócratas decepcionados que hubieran
visto como la estrategia política de centro de Clinton, no puede ganar,
inclusive frente a una figura del extremo como Trump. La lección que
podrían aprender es que a veces, para ganar, la estrategia del “estamos
todos juntos” no funcionay en cambio, debemos incluir una división
radical.
Muchos de los electores pobres alegan que Trump habla
por ellos. ¿Cómo es que pueden reconocerse en la voz de un
multimillonario cuyas especulaciones y fracasos son una de las causas de
su miseria? Como los caminos trazados por Dios, los caminos de la
ideología son, para nosotros, misteriosos…. (Aun que es verdad, algunos
datos sugieren que la mayoría de los que apoyaron a Trump no son de baja
renta). Cuando quienes apoyaron a Trump son denunciados como “white
trash”, es fácil discernir en esa designación el miedo de las clases más
bajas que caracteriza a la élite liberal. Este fue el título y
subtítulo de una entrevista de The Guardian sobre una reciente reunión
electoral de Trump: “Un acto de Trump desde adentro: buenas personas en
un loop de feedback de paranoia y odio. El público Trump está lleno de
personas honestas y decentes –pero la invectiva del republicano tiene un
efecto escalofriante en los fanáticos de su espectáculo unipersonal”.
Pero ¿cómo fue que Trump se transformó en la voz de tantas personas
“honestas y decentes”? Trump logró, solo, arruinar al Partido
Republicano, antagonizando tanto el establishment de la vieja guardia
como a los fundamentalistas cristianos. Lo que quedó como núcleo de su
apoyo son los portadores de la rabia populista contra el establishment
–y ese núcleo es despreciado por los liberales como “white trash”. Pero
¿no son exactamente ellos los que deben ser conquistados por la causa
radical de izquierda (que fue lo que Bernie Sanders logró)?
Debemos librarnos del falso pánico, temiendo la victoria de Trump como
el mayor de todos los horrores que nos hace apoyar a Hillary a pesar de
todos sus evidentes defectos. Aunque la batalla parezca perdida para
Trump, su victoria habría generado una situación política totalmente
nueva con posibilidades para una izquierda más radical –o, para citar a
Mao: “Todo bajo el cielo está sumergido en el caos, la situación es
excelente”.
Traducción al castellano de Gregorio Ibáñez, sobre la versión en portugués publicada en Blog da Boitempo: Zizek: Hillary, Trump e o mal menor.
Original en inglés en In These Times: Slavoj Zizek on Clinton, Trump and the left’s dilemma
VOLVIMOS Y ES TIEMPO DE CONSTRUIR. En los peores días, este encabezamiento decía: "Gracias Flaco y Cristina por hacer lo que dijeron que iban a hacer y por parecerse tanto a lo que fuimos y somos. Intentamos un continente donde crecer con solidaridad, inclusión, diversidad, equidad y justicia. Esta contraofensiva de los poderes mundiales y las oligarquías locales podamos detenerla y retomar la gesta. Unidos pudimos hacerlo, unidos podemos repetirlo." AHORA ES TIEMPO Y LO HICIMOS RESISTIENDO
jueves, 24 de noviembre de 2016
ENTENDIENDO A TRUMP- 3- ZIZEK Y EL MAL MENOR
Etiquetas:
ABSTIENENCIA ELECTORAL,
EMANCIPACIÓN O RESISTENCIA,
MAL MENOR,
Trump
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario