lunes, 26 de septiembre de 2022

LA DEMOCRACIA LA HACEN LOS PUEBLOS, NO EL SISTEMA

Jorge Alemán se propuso en el artículo "La causa de las ultraderechas" publicado hoy por Página 12, abordar dos posibles explicaciones a un tema tan urgente como crucial: el origen de las ultraderechas en el mundo.

En apretada síntesis, ya que arriba incluyo el enlace al artículo, marca dos factores a tener en cuenta

Uno: que "El capitalismo en su forma neoliberal, ya no puede, por su propio funcionamiento, disponer de su superestructura clásica", a la que relaciona con la institucionalidad fordista y el Estado de bienestar.

El segundo, relativo a la producción de subjetividades, "el programa de destrucción de los vínculos sociales y sus archivos de memoria histórica provoca que existan miles de vidas incapaces de reconocer un legado histórico".

Respecto a la reproducción de subjetividades, colectivas e individuales, coincido aunque no en su novedad actual. 

El desarrollo de la técnica y la manipulación simbólica lleva al paroxismo lo que antes se ejecutaba con más crudeza y por lo tanto era más posible de percibir de modo directo: los saqueos de las cruzadas, la destrucción de la biblioteca de Constantinopla, la construcción de templos de los invasores dentro o encima de los templos de los invadidos, la destrucción de los códices, prohibición de idiomas originarios y sobre todo, la supresión de formas sociales anteriores, el despojo de los residuos de propiedad colectiva y la reducción a servidumbre o esclavismo en caso de invasiones, por fin la creación del "hombre libre", (libre de propiedad, diría Marx), en el capitalismo.

No les faltó, por supuesto, soporte simbólico: casi todas las corrientes del cristianismo y otras religiones, aportaron lo suyo para normalizar las masacres.

Todas con el mismo origen y fundamento: el avance la propiedad privada, la destrucción del ser colectivo, aunque por diferentes vías. 

En los museos de EEUU, España, Francia, Reino Unido, los productos de saqueo son algo más que riqueza y espectáculo, son epitafios de las culturas que se cargaron en su historia de depredación.

Para que haya sometimiento leve o fuerte es necesario que antes haya existido terror imposible de procesar y resistir, destrucción de vidas y culturas sobre las que pudieron montarse modelos y paradigmas de sumisión.

Todo eso se contiene en la "acumulación originaria" del Capital.

Por eso, diría que la "superestructura clásica" del capitalismo, en su versión de democracia universal, es un momento muy efímero, no mayor a las décadas que duró el Estado de bienestar, contra los siglos que lleva el sistema.

De modo que lo "clásico" no aplica al ejercicio relativo de la democracia y vigencia universal del derecho. 

En meros ejemplos, las mujeres -mayoría humana- tuvieron derecho a voto tardíamente, tal como la igualdad de derechos entre géneros está aún hoy en discusión y no existe en gran parte del mundo actual. Ni hablar de las colonias, países dependientes, trabajadoras y trabajadores, inmigrantes, Milagro, Cristina.

El Estado de bienestar, los derechos modernos, el acceso a cualquier derecho en el capitalismo, son producto de luchas y conquistas sociales, siempre temporarias y siempre sujetas a las correlaciones de fuerzas entre las clases. 

Los originarios fueron "hermanos" donde San Martín, Belgrano, Castelli, ejercían poder. Vagos y malentretenidos con las leyes de Rivadavia. Barbarie con Sarmiento y hasta con la vuelta de Martín Fierro, vidas a suprimir y/o esclavas y esclavos con Roca y La Nación. Las mujeres, apéndices de lo masculino cuando no "locas". Los pobres, carne de cañón y de arado o engranaje.

Así, el Estado de bienestar no es sólo consecuencia de lucha y conquistas, también fue una forma de reordenar en parte las sociedades tras el genocidio social que constituyeron las dos guerras mundiales. Y se le cobró a la vida y subjetividad de los pueblos con la afirmación del destino manifiesto de EEUU y la masificación de la paranoia anticomunista, laboratorio mundial de los modos en que el victimario proyecta en las víctimas su forma de violentar, de la lucha de pobres contra miserables que se promueve hoy.  

Creo que el crecimiento de las políticas de odio y exclusión que hoy presenciamos no hay que buscarlo fuera de estas determinaciones, sino en su confluencia en los '70: la combinación del salto científico tecnológico que lograra liderar el Gran capital con la derrota que pudo perpetrarle a los movimientos populares en gran parte del mundo. Las derrotas posteriores, poco compensadas por cortos periodos de recuperación limitada, han ido debilitando lo que  podríamos llamar capacidad democratizadora de nuestros pueblos y posibilitando la entronización de los sectores más "clasistas" a la cabeza del gran capital. El límite de lo "politicamente correcto" está hoy más cercano a la capacidad de imponer que a lo que mejora la vida de las mayorías o en algunos casos, es más afín a la ampliación de poder de quienes ya lo tienen que a la "razón de Estado" o "interés nacional".

Agudiza este problema la recaída del progresismo en viejas recetas que, sea con consignas voluntaristas, sea con consignas oportunistas, naufragan frente al maximalismo del gran capital.

De ese modo, los sectores más desesperados de nuestras sociedades son empujados por encima de la disputa entre buenos y malos a la disputa entre la impotencia y "la maldad insolente", donde todo es lo mismo, pero trato de quedarme con lo mío individual si el poderoso deja algún resquicio. 

Cómo en los '70, una ventana de desarrollo de fuerzas productivas se está abriendo. En el acierto de las alianzas y propuestas que vayan desarrollando las fuerzas populares, está que ese desarrollo mejore la situación de los pueblos y por lo tanto su capacidad de generar democracia o por el contrario estire  y profundice las tendencias autoritarias y antipueblo que crecen hoy.

Es política, construcción de presente y de futuro, no moralina. Cuando una propuesta popular fracasa, parte de quienes tienen sus afectos e intereses puestos en ella ven el culpable en aquel que supo más cercano y lo convocó a esa empresa, no en el enemigo que se beneficia de su derrota.

Por eso es tan importante que las orgánicas populares sepan ubicar qué objetivos se pueden concretar en cada momento, en base a qué unidad, juntando qué diversidad de sectores y eviten batallas perdidas de antemano que, en la defensiva actual, consolidan tanto el poder del gran capital como fracturan el campo popular y arrojan a sectores numerosos hacia el creciente neofascismo.

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