Millones y millones de personas se apropiaron con protagonismo y alegría de los actos de conmemoración del bicentenario organizados por el gobierno nacional.
Con esta sola frase se podría dar por terminada la discusión sobre nuestro bicentenario con la derecha. Una oposición que a fuerza de buscar diferenciarse del kirchnerismo para poder enamorar al poder excluyente se va excluyendo ella misma de toda referencia popular.
Millones y millones bailan, cantan, se apretujan en la espera del desfile, los espacios de provincias, veredas y pogos sin protestas ni impaciencias. Por una vez, estar un poco más, demorarse, extiende la sensación que estoy disfrutando, moviliza a pedir un poco más, la espera misma es placentera.
Millones mirándose los unos a los otros con confianza, con alegría, con necesidad de reconocerse como parte de algo que empezó a nacer hace 200 años, algo que muchas veces le escamotearon o bastardearon y sin embargo hoy vuelve a valer la pena y la alegría. Nuestra patria, nuestra bandera, nuestro himno vuelven a ser nuestros cuando los compartimos con millones de “nosotros”, que eso es ser pueblo en Argentina desde aquella vez que unos 300 tipos, una multitud en 1810, reclamaron saber y con ello empezar a decidir cuál iba a ser su suerte colectiva.
Millones encontrando en medio de millones un disfrute individual incomparable, imposible de ser dicho, imposible de ser trasmitido en su plenitud
Pasarán años, décadas, muchos de quienes estuvimos ya no estaremos y aún se repetirá la escena: alguien frente a un video, una foto, un artículo periodístico, dirá a sus hijos “yo estuve allí, me llevaron mis viejos” o “ fui con amigos” o “andaba sola y conocí a…”. Hoy multitud, mañana símbolo, referencia, parte de la identidad colectiva. Creo que nada más y nada menos que este trozo de identidad del nuevo siglo, el de la inclusión, se construyó entre más de 6 millones en esos cuatro días en la nueve de julio.
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