A pocos días del 25 de mayo se va gestando una nueva versión de los hechos del bicentenario.
Ante a imposibilidad de negar su masividad, su ejemplo de convivencia, la calidad de las actividades, etc., la nueva línea los presenta como parte de un hecho espontáneo en el que confluyen la necesidad de festejo del pueblo y la suerte del gobierno.
Basta ver lo monumental de las construcciones, la magnitud del espacio dispuesto para las diferentes actividades para comprender que se previó de antemano la participación de al menos cientos de miles de participantes cada día. El desfile del 25, por ejemplo. Nadie organiza un desfile de 16 cuadras de largo, con más de 2500 artistas, si no es para una multitud.
En esta certeza de convocatoria está un primer gran acierto de la presidenta: confió, contra todas las especulaciones prédicas de la derecha, en que el pueblo se movilizaría masivamente Como lo presentó en la inauguración del Salón de los patriotas: “Yo quería (…) y queríamos darnos los argentinos un Bicentenario diferente; un Bicentenario popular, con el pueblo en las calles".
El segundo y mayor acierto: al planificar el bicentenario como gesta popular, la presidenta hace posible esta manifestación masiva, protagónica, de millones de personas y con ello establece una bisagra en nuestra historia, un hito cuyo alcance aún no podemos más que percibir en sus trazos más gruesos.
Estamos ente un hecho dotado de una materialidad diferente a la que presentan la asignación universal por hijo, la restitución de los fondos jubilatorios, u otros. Es la afirmación simbólica de una ligazón entre la presidente y su pueblo.
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