miércoles, 23 de junio de 2010

Argentina: estamos jugando como se vive

En estos días se le ocurrió a Simón, ex exquisito defensor, a propósito del juego de nuestra selección soltar la frase que usamos como título, con el agregado “pura alegría
La frase fue hoy tema de discusión en el programa 678, sobre todo después que uno de los invitados, el sociólogo Pablo Alabarces, opinó, invocando la sociología (¿?) que no se podrían hacer tales generalizaciones (puso como ej. “se juega como vive ¿quién? (…) ¿los porteños? (…) ¿los de River? ¿los de Vélez?¿los hombres? ¿la mujeres? ¿los…?”) ni traspolar lo deportivo a lo económico o a lo político o viceversa.
Dejo de lado esta última afirmación, no sin comentar que justamente eso es lo que hacen los sociólogos: de una serie de datos obtenidos casi siempre sin observación directa, sobre un aspecto de la vida de algunas personas de algunos grupos, derivan la posibilidad de sacar conclusiones sobre otros aspectos de la vida de otras personas de otos grupos.
Ruben Manusovich, hoy periodista, ayer jugador de san Lorenzo, no se metió con lo profesional, pero le respondió en lo básico “si se pudiera, paremos dos o tres meses para disfrutar de esto”.
El diálogo se fue derivando al festejo y Alabarces dejó su impronta aclarando que entendía haber sido convocado para una posición “algo más seria”, de lo que se deduciría que un abordaje profesional desmentiría la excelente frase de Simón. Pues bien, yo creo que un abordaje profesional la convalidaría en todos sus términos.
- Jugadores, clubes y pobreza.
El caso de fútbol argentino, incluso el latinoamericano, resulta algo menos difícil que lo que sugirió el Alabarces.
En primer lugar, si nos detenemos en la historia de Diego, Messí, Agüero, Román u Orteguita, por citar algunos, vemos que los profesionales del fútbol “salen” mayoritariamente de los sectores más pobres y marginados de la sociedad, con algunas excepciones de jugadores provenientes de sectores medios o medio bajos.
Luego el “cómo viven”, refiere fundamentalmente a las personas pertenecientes a estos sectores, el pobrerío, y no a toda la sociedad. Personas cuyo mayor logro de vida, la más de las veces, fue participar en el desarrollo de algún club cuya actividad principal resultó el fútbol, los pibes en el deporte como contraposición al temido los pibes en la calle, la prolijidad del club contrapuesta a la precariedad de sus hogares, etc.
Cuando Alabarces dice que “no me gusta conocer toda la vida de Maradona…” ya está manifestando una dificultad para comprender este aspecto: mientras un signo cultural de los sectores medios argentinos es la preservación de la privacidad (necesaria para escalar socialmente sin ser víctima de prejuicios y rechazos de poderosos) la vida de los pobres es colectiva por necesidad de sobrevivencia. Cuando un ex pobre de la magnitud de Maradona habla por los medios sigue esa tradición de compartir vida y ese es uno de los rasgos que le mantiene el reconocimiento mayoritario de los que fueron sus pares, le guste o no al sociólogo.
Pero como hablamos de Argentina podemos arriesgar un poco más y decir que estos sectores, los pobres, raramente han conocido en soledad un momento de bienestar que pueda traducirse en alegría, en afirmación personal, grupal, etc. En la mayoría de las ocasiones en que estos sectores han experimentado una mejoría de su situación de vida esta mejoría también se manifestó en los sectores medios cuando no en toda la sociedad.
Ello, la sociología puede verificarlo analizando nuestra historia, debido a que nunca hubo mejoras en la condición de vida de los pobres se produjeron sin una redistribución de la riqueza forzada desde una posición de fuerza ventajosa. Nunca los pobres vieron mejorar su vida sin la concurrencia de un proceso político que al unir diferentes intereses de sector permitiera potenciar las fuerzas de cada uno y obligar a los dueños de la riqueza a ceder parte de la misma en beneficio de las mayorías, se llame este proceso irigoyenismo, peronismo o kirchnerismo.
Siguiendo con las disquisiciones de Alabarces, separar mujeres y hombres, jóvenes y adultos, etc., serviría para un análisis diferente al requerido en esta ocasión.
Podemos considerar que todo retroceso en la condiciones de vida de un sector tiende a cargarse con más peso en sus integrantes más débiles. No necesariamente se podría afirmar de manera automática la regla inversa, es decir que cuando las cosas mejoran estos sectores automáticamente se verían beneficiados. Pero otra vez vale la pena recordar que vivimos en Argentina y que los movimientos mencionados han hecho una tradición de este efecto solidario. Por lo tanto podemos decir sin equivocarnos que una mejora global en las condiciones de vida de los más postergados va a ser disfrutada, bien que con diferencias relativas, por la hombres, mujeres, población GTLB, viejos, jóvenes, chicos, gentes de la Capital, de las provincias, etc..
Ahora bien La frase era “en Argentina estamos jugando como se vive: pura alegría”
¿Por qué una alegría colectiva se tendría que expresar en el ejercicio de un deporte, digamos el fútbol?
En primer lugar, porque el fútbol para prosperar requiere de una práctica grupal y masiva, capaz de sobreponerse ala ruptura de lazos sociales, barriales, etáreos, familiares, etc., etc. Es decir, que se generen y multipliquen en todas partes grupos que compartan el ejercicio del deporte. Y que el placer y la manifestación lúdica y hasta artística individuales y colectivos que están implicados en su práctica no se vean postergados ni desplazados por situaciones de fractura de ningún tipo. Sólo así es posible pensar en el escalón siguiente, que algunos de entre estos cientos de miles de cultores del fútbol que vayan mostrando habilidades sobresalientes y encuentren espacios institucionales en que puedan encarar su práctica como una salida profesional.
Pero, aquí sí tenemos una complicación, se trata de un deporte, un conjunto de habilidades condicionadas por cuestiones subjetivas como la voluntad, la capacidad de disfrutar, la seguridad personal, el sentido de pertenencia a un colectivo, la complementariedad entre el interés personal y el beneficio del conjunto, entre otras. Estos aspectos subjetivos, si bien se manifiestan en cada jugador de manera particular, sólo pueden explicarse en este deporte masivo como parte de una construcción colectiva, En el caso de Argentina, además, esta práctica colectiva ha trascendido el mero deporte para reconocerse como una marca cultural, una parte de la identidad en la que nos reconocemos cuando decimos “argentino” o “argentina”. Incluso es así en quienes no se reconocen como partícipes de esta cultura.
- Identidad deportiva e identidad social
Entonces, en lo que hace a la identidad nacional que se manifiesta en nuestros jugadores, no basta con buena técnica y condición física para que se produzca un buen rendimiento. Es necesario que se den determinadas condiciones en los colectivos de los que nuestros jugadores provienen y de los que adquieren su identidad.
Veamos el aspecto más general: la actitud que sobresale en el jugador argentino, el considerar siempre la victoria como objetivo, suponer que se puede ser ganador en cualquier terreno, no es algo que se consiga en el vestuario o en los entrenamientos. Si esto pudiera lograrse, se verificaría como identidad de jugadores de países en los que la bonanza económica permite aplicar todas las técnicas, ciencias y estímulos a la atención y preparación de jugadores equipos. Pero no sucede así. El carácter que se le reconoce al jugador argentino no se explicaría si surgiera de en un pueblo instalado en la derrota, o un pueblo que haya perdido su condición de lucha, olvidado del valor de sus conquistas, por mínimas que resulten. El estilo elegante, hasta preciosista, a pesar de las eternas presiones del negocio fútbol, tampoco se podría explicar en lo meramente individual, prescindiendo del disfrute estético que multitudes en nuestro país esperan de un partido de fútbol.
- Los equipos latinoamericanos: emergentes del Mundial
Luego, sin desmerecer otras formas de jugar fútbol, de todos modos se puede concluir que habitualmente hubo una congruencia entre el modo de juego de nuestras selecciones y el modo de vida de nuestra gente. Y en esto incluyo los jugadores que llevaron los reclamos gremiales a otros países en la época de las luchas por la profesionalización.
Ahora bien, ¿vale para otros? El ´78 se podría erigir como negación de la afirmación anterior, pero Diego, sin haber jugado en aquella selección es otra vez un ejemplo a tener en cuenta. Si algo ha signado su vida, su forma de ser y los símbolos en que se sostuvo Diego es el setentismo, el signo de la época en que creció él y sus contemporáneos. En ese sentido, creo que se puede decir que la selección del ´78 resultó una manifestación tardía de aquella pujanza social que el Terrorismo de Estado vino a aplastar en el ´76, así como la del 82 ya decantaba como decadencia de un equipo los ecos de la derrota popular y Malvinas.
Hoy, en cambio, con el resurgir de las esperanzas en nuestra gente, en la que reaparecen expectativas de futuro, con el signo reparador que se va proyectando a la vida social y política en nuestro país, con un ánimo colectivo en franca recuperación, como lo mostrara la conmemoración del bicentenario, uno puede animarse a decir que una parte de la alegría del juego de la selección expresa el ánimo de buena parte de nuestra sociedad. Haberlo percibido y haberlo transmitido a los jugadores es un mérito no menos de Diego.
Alabarces, mostrando conocimiento futbolero, recuerda que la proyección positiva que están teniendo los equipos americanos en este mundial tiene un antecedente en el 1986.
Y bien, los latinoamericanos aparecen como emergentes en los mundiales 1986, es decir en la vuelta a la democracia tras las dictaduras de los ´60/70 y ahora, es decir en la época del UNASUR, MERCOSUR, los proyectos latinoamericanistas, Chávez, Evo, Lula, Correa, siempre Fidel, los Kirchner, el Frente Amplio, el rescate de lo popular, la restitución de derechos y el logro de nuevas conquistas por los sectores más postergados, que son los que "producen" futbolistas. Se puede decir sin forzar conclusiones, que a mejor ánimo popular y mejor condición social, mejor actitud en los que de por sí saben jugar pero necesitan su plus de identidad nacional para hacer su historia.

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