La
iglesia católica, con dos mil años de tradición sobre nuestra pequeñas
temporalidades, atenta a jugarnos una mala pasada una y otra vez. Si, como suele decir un amigo citando a Alan Miller,
“siempre tropezamos con la misma piedra”, en el caso de las elecciones papales
la piedra la ponemos nosotros.
Es un
momento en que algo de nuestra conciencia se resiste a lo fáctico, a todas las
evidencias y nos lleva a sorprendernos a la hora de conocer al elegido.
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En un mundo que marcha al paso de los
dictados del poder financiero, con una Europa embarcada en la austeridad y la
restricción de derechos básicos, los EEUU ajustando cuentas en todo el mundo según su concepto de
seguridad mundial, esto es, petróleo, insumos y áreas estratégicas en control
directo o mediante personeros locales.
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En una década en que la iglesia “víctima” de
hackers, quintacolumnistas y de la masividad
veloz de las redes sociales, transparentó sus peores lacras: especulación
financiera, encubrimiento a estupros múltiples en todos los continentes, el
renacer de la discriminación a culturas con otras convicciones e identidades
sexuales ídem, el colaboracionismo con dictaduras.
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En un
mundo en que sólo los procesos latinoamericanos alumbran alguna esperanza para los
pueblos en el siglo que comienza.
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Después que la última elección en el Vaticano
alumbrara un papa con pasado nazi: ¿Cómo sorprendernos que Jorge Bergoglio sea
designado papa?
Algo
desvía nuestra mirada objetiva una y otra vez y es la expectativa, latente,
oculta, inconciente, de que la iglesia “se aggiorne”, se sobreponga a sus
peores pecados, encare un paso decisivo hacia
la necesidad de trascendencia y hermandad humana que anima a muchos de sus
fieles, esos que mantienen la esperanza ante cada votación para irla perdiendo con la gestión que sobreviene.
Por
otra parte ¿es este un aggiormiento que se puede esperar de la curia vaticana?
Tomemos
los últimos 150 años. Después y antes de Juan XXIII ¿qué otra cosa hizo la conducción
de la iglesia que no sea consolidar lo establecido, abrir espacios de disputa
contra toda forma de cuestionamiento social y político, se trate del marxismo,
el tercermundismo, el mundo musulmán o –ayer y hoy- los populismos
latinoamericanos?
Entonces
¿cuál sería ese aggiornamiento que puede liderar el ex arzobispo de Buenos
Aires, probado consejero de la dictadura del proceso, redactor de listas de
curas “díscolos” hoy desaparecidos? ¿qué revisión podría encarar este responsable
principal de la ausencia de la iglesia a la hora de memoria verdad y justicia
que –salvo el poder judicial- asomó en el “-----nunca más” y se consolidó y aceleró con la bajada de los cuadros y el pedido de perdón en nombre del Estado que pronunciara Néstor Kirchner en la
ESMA?
Para despejar dudas vale la pena reparar en la frase con que se presenta a la grey en carácter de nuevo papa: "parece que los cardenales me vinieron a buscar al fin de mundo". Nada de tierra de paz, de promisión, de inclusión, de solidaridad o de convivencia entre diferentes. Nos presentó como si viera a la Argentina desde la Europa del coloniaje y el genocidio originario: "el fin del mundo".
En
un artículo publicado en el blog El Atrio , hace dos días, el 11 de marzo, José
Manuel Vidal, un considerado “vaticanista” en España, ya anunciaba el posible
papado de Bergoglio desde una mirada que puede darnos pistas al respecto:
“Capaz, inteligente, profundamente espiritual y hombre de una sólida
personalidad, no se arredraría a la hora de meter en cintura o de reformar en
profundidad a la Curia romana”. Vidal refuerza esta consideración citando al
cardenal Kasper, “la Iglesia necesita
transparencia y colegialidad. Hay que salir del cerco del centralismo romano”.
Y añade: “Cambiar la Curia es una prioridad”.
Hombre
que supo crecer a la sombre de Wojtila al igual que Ratzinger, el renunciante, Jorge
Bergoglio podría encarar con más estilo que su antecesor–con cambios de nombres,
pases a retiro, pedidos de disculpas y algunas reconvenciones- el maquillaje institucional
de la cúpula que la situación requiere, mientras orienta la acción central de
la iglesia a dos tareas complementarias:
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Bendecir y dar letra a la ola de
conservadurismo que se extiende por el mundo occidental y cristiano, con
ramificaciones a otros lares.
-
Aportar a limar el ejemplo populista
americano que, con variantes que lo hacen más seductor aún, amenaza con extenderse
a pueblos de otras regiones.
Difíciles
tareas, aún para alguien que (recuerdo la risa de nuestro querido Chavez al
referirse a esta verdad de dogma) se considera representante de dios en la
tierra. Tan difícil como esperar que los excluidos del mundo se beneficien de
su gestión.
Pero vienen por nosotros
Pero vienen por nosotros
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