Pienso un "hasta siempre comandante" para Chávez y me duele.
Quisiera estar en "El 23", junto a Nicky y tantos amigos y compañeros, como en aquellas elecciones en Caracas, cuando la derecha creyó que daba una vuelta de hoja en la historia y en realidad no fueron más que el prólogo para una nuevo y definitivo avance del chavismo en su paìs y América toda.
Por un momento no quisiera creer nada de lo que nos traen los canales de tv, el dolor en los rostros de la gente en las calles de Venezuela, el rostro sombrío de Evo en un improvisado homenaje desde Bolivia. "Vivimos momentos difíciles" dice Evo, que no se deja ganar por la consigna fácil ante la pérdida del líder, el compañero, el amigo.
Hoy, yo quisiera vivir de nuevo aquel estadio mundialista en Mar del Plata, cuando tuve la suerte de estar casi a su lado en el palco oficial, en medio de los festejos por la derrota del ALCA. Aquella vez que Chávez nos convenció de que las tormentas se aventan soplando todos a la vez hacia el cielo. O al menos nos convenció de hacerlo, como jugando. Y salió del sol después de toda una mañana de lluvia. Aquella vez, la primera en toda la historia de los EEUU, que un presidente yanky fue con una imposición a una conferencia internacional y volvió derrotado. Gracias a Néstor, Gracias a Chávez, gracias a Lula, a la vez presidentes constitucionales y confabulados, subversivos frente a la cultura del amo y los sirvientes que los EEUU sostuvieron por casi dos siglos.
Este gran proceso que vivimos en América Latina aún descansa fundamentalmente en nuestros dirigentes, les pide su sangre y sus energías, compensan con su carne el retraso que nos impusieron las derrotas de los setenta, los miles de compañeros caídos, los genocidios, el desguace los estados, la entrega de recursos y soberanía que siguieron a aquellas dictaduras sangrientas.
La historia de América siempre nos ha cobrado la emancipación en las vidas de nuestros mejores mujeres y hombres o en su salud. En esta década de inclusión, desarrollo, soberanía e integración, volvió a suceder. Y duele.
La tarea de ampliar nuestra base popular y dar a luz una nueva generación de cuadros dirigentes es la tarea de la hora. No para reemplazar a Hugo y Néstor, nunca vamos a reemplazarlos.
Eso que "a los caídos no se los llora, se los reemplaza" es en todo caso para esos momentos efímeros, cuando se está en medio de una batalla sangrienta. En las luchas de todos los días, las gestas ora silenciosas ora multitudinarias que encaran nuestras comunidades, para construir a un dirigente se necesita una riqueza de espíritu, una calidad humana y una entrega y sabiduría que sólo pueden construirse en años de trabajo con el pueblo.
Más pueblo y más dirigentes para que esta gesta prospere, eso podemos proponernos para cumplir los sueños que nos animan hace siglos, los que vamos a concretar porque, como diría Tomás Borge "hacemos cosas grandes porque vamos sobre los hombros de gigantes".
Cristina suele decir que como nunca hoy, en América, los presidentes, los dirigentes se parecen a sus propios pueblos. Lloro a Chávez como a un amigo perdido, quizás porque como Néstor, al descuido te parecían más amigos de siempre que sesudos dirigentes.
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