lunes, 19 de abril de 2010

Aún negados, los pueblos construyen identidad desde resistencia y la leyenda.

Reconozco en JP Feinmann a un provocador en el mejor sentido de la palabra.
Voy sus textos esperando una sorpresa, siempre tendré que pensarlos más de una vez, rumiarlos, ubicarme en un punto de vista excéntrico, ya sea que termine concordando o no con lo que ofrece.
Cosa rara en estos tiempos, Feinmann despliega argumentos que facilitan el análisis del lector, da pistas para la aceptación o para el rechazo.
Es el caso del artículo que publica este domingo 18 de abril en Página 12. Desde el título ((“Cómo se conquistó el pacto neocolonial”) hasta la triple misión que le asigna a San Martín (“echar a los godos, derrotar el atraso, abrir las puerta a la modernidad occidental) todo confluye a la caracterización de 1810 y el resto de los levantamientos americanos. Habrían sido una revolución entre comillas, sin pueblo, con revolucionarios instalados en espejismos vanguardistas en su orfandad de burguesía revolucionaria y con un destino final y manifiesto: el establecimiento de un nuevo pacto colonial, ahora con los ingleses. .
El pensamiento de Feinmann se abre y se proyecta y ya puede enlazar el jacobinismo de Moreno con el vanguardismo de Lenín y el sustituismo de Montoneros sin solución de continuidad.
Resalto de inicio una confusión que es propia no sólo de Mariguela o de Milcíades, sino del stalinismo que caracterizara a los PCs latinoamericanos, la idea de que una burguesía revolucionaria sería una burguesía más progre, más predispuesta a cambios que la que se fue apropiando de toda Latinoamérica en estos más de 200 años.
En esta concepción y teniendo en cuenta cómo la burguesía francesa le abrió las puertas a la invasión alemana para que derrote a la Comuna de París, se concluiría que en Francia nunca se habria producido la revolución burguesa ni establecido una burguesía real.
Pero no es así. La misión de la burguesía, para Marx, ha sido separar el capital de los medios de producción y la fuerza de trabajo e instalar una forma de relación entre los hombres basada en su propiedad sobre estos factores de la producción. El reloj de la burguesía siempre ha sido la maximización de la ganancia no el desarrollo humano, así que las recetas revolucionarias fueron múltiples sea por la vía del industrialismo militar en imperio japonés, o por la vía combinada del exterminio originario, el esclavismo, la expansión permanente de la propiedad agrícola y el desarrollo industrial como en EEUU, o transformando terratenientes feudales en monopolios industriales como en Alemania o contrabandeando, exterminando toda forma de vida autosubsistente y sacándole a la tierra lo que daba casi sin más esfuerzo como en el Río de la Plata, .
Dejando de la do estas consideraciones, el análisis de Feinmann, que seguramente en nuestra síntesis empobrecemos, tiene su lógica. Pero justamente por su lógica se destaca una ausencia ¿dónde está el pueblo?
Una digresión: en infinidad de textos, pero tal vez nunca tan claro y preciso como en la “Introducción a la Crítica…”, Marx nos propone un punto de partida para la construcción de la historia: lo reconozcamos o no siempre se construye desde el hoy hacia atrás. Es en el hoy donde se han desplegado todas las fuerzas, contradicciones sectores sociales que estaban en distintos momentos de desarrollo en el pasado, Y es desde la identificación actual con alguno de estos sectores que vamos al pasado, a buscar los fundamentos de nuestra verdad y nuestra propuesta política, porque para eso las intelectualidades de diferentes épocas despliegan el discurso historicista, para construir la verdad de una nueva propuesta de sociedad, sea la capitalista, la socialista o lo que fuera.
Volviendo entonces al texto de Feinmann, me acerco a 1810 desde mi identificación con un pueblo siempre dispuesto al sacrificio a la hora de pelear, siempre postergado a la hora de las realizaciones y reconocimientos ¿quién echó a los ingleses en 1806 y 1807? ¿quién alimentó con jóvenes, materiales y sacrificios los ejércitos liberadores? ¿a quíén le hablaba el Bando de San Martín cuando proponía andar – si fuera necesario- “en pelotas como nuestros hermanos los indios”?. Si el aporte monetario de un contrabandista porteño se explicaba por su necesidad de comerciar con los ingleses ¿de qué se alimentó el espíritu del pueblo jujeño cuando realizó el éxodo a costa de despegarse y arrasar su territorio? ¿Cómo explicar a Güemes, el Chacho? ¿Cómo explicar que los diferentes conglomerados que convivieron como pueblo a lo largo de estos 200 años hayan mantenido su rechazo a lo inglés desde 1806 a la fecha, ya fuera que se encolumnaran con Liniers, con Dorrego, Irigoyen, Perón y/o la JP?
No es inocente que termine en la JP. Es que, sin poner en discusión una coma de los cuestionamientos de Feinmann a Montoneros en su artículo, el periplo Moreno, Lenin, Firmenich (¡ay!) que nos propone, tranquilamente podría extenderse hasta la fecha. Digo, preguntarnos en nombre de quién, en qué actor social se basan las transformaciones que hoy está realizando el gobierno kirchnerista, cuando estas no se corresponden con un grado de movilización social al menos equivalente a la magnitud de los cambios.
No hay forma, entiendo de describir de manera unívoca las transformaciones que viviera nuestra patria desde 1810. Siempre hubo sectores del pueblo que quisieron ir más lejos, siempre hubo quienes quisieron ser sus voceros, siempre hubo sectores de clase que se apropiaron del esfuerzo. Y en el medio los genocidios a los originarios (el conquistador y el de Roca y los latifundistas) el genocidio combinado que resultó la llamada guerra del Paraguay, el de la última dictadura incluyendo Malvinas. La voz de Martín Fierro no fue la de Sarmiento, Belgrano o San Martín no fueron Alvear o Lavalle, ni el quehacer de Dorrego fue el Roxas y Patrón, ni Coocke, Blajaquis, Scalabrini o Walsh hablaban el país de López Rega o Sánchez Sorondo.
Tarde o temprano el pueblo, el pueblo indio y gaucho, inmigrante proletario, cabecita negra, los nuevos trabajadores, sus hijos, la cultura radical, la anarquista, marxista, peronista, setentista, cada conglomerado en su época, apoyado en la leyenda y en las voces amigas, cada vez que se levantó de su derrota retomó el camino de 1810 porque creyó que esa vez también “el pueblo quiso saber de qué se trata” y ejerció su derecho.
Como hoy.

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