viernes, 16 de noviembre de 2012

PALESTINA: no hay neutralidad frente al genocidio

Las principales cadenas del mundo difunden el video: un automóvil avanza por calles de Gazha. Los subtitulados indican que el móvil conduce a Ahmed Yabari, al que el gobierno de Israel identifica –y las cadenas lo repiten- como “comandante del brazo armado de Hamás en Gaza, las Brigadas de Ezedín Al Kasem”.  Y agregan - unos afirmando, otros repitiendo- que Ahmed “tenía las manos cubiertas de sangre”.
Una pausa en el pensamiento, pausa que no permite la visión directa del video: Hammás fue elegida para gobernar a los palestinos en elecciones. Yabari, en cualquier país, sería reconocido como “comandante de las FFAA” o “Ministro de Defensa” del gobierno palestino. Lo de las manos y la sangre: si se gobierna un país agredido por décadas, muchas de las decisiones que se tomen causarán muertes: como ordenan asesinatos sin ser agredidos Obama, Merkel y todos los que motorizan las operaciones militares en Medio Oriente y el resto del mundo.  
Vuelvo a la pantalla: una llamarada que corona en una nube de humo ocupa el lugar del automóvil y todo termina. La vida de Ahmed Yabari es la que termina con la detonación de un misil dirigido por computadoras. Y las cadenas subtitulan “escalada de violencia, el gobierno de Israel anuncia una operación militar en la Franja ante la escalada de violencia”. De todos modos hay una novedad. Hasta La Nación titula "asesinato" lo que habitualmente es titulado "ejecución", "muerte", etc.
Dejo de lado el discurso de las cadenas de medios y me quedo en los comunicados que firma Netanyahu: agrede y se victimiza, asesina pero acusa de asesino a la víctima, prepara una invasión pero afirma que es para detener la violencia.
Entiendo, es discutible pero es mi opinión, que el pueblo judío construyó su cultura milenaria sobre dos mitos: su afán por la verdad y ser el pueblo elegido del dios único. Esa tensión recorre el conocido como Viejo Testamento, para quienes padecimos el catolicismo, emerge en sus textos, ora en una comunidad que se rehace en cada diáspora, ora en un afán de conocer que ha teñido a toda la humanidad, ora en una violencia que, salvo excepciones, se vuelve contra sus integrantes en  nombre de una verdad que impone la elección divina.
Todas las culturas se asientan en tensiones similares, pero pocas como la judía,  sufrieron esas tensiones han sufrido en carne propia en experiencias desgarradoras, sangrientas. Cuesta entonces entender cómo la búsqueda de verdad se convierte en la propaganda militarista de Israel, cómo la violencia se instala como la forma de relación con los vecinos a quienes se identifica como enemigos, cómo se reprodujeron y perfeccionaron los mismos instrumentos del Holocausto –estigmatización, supresión de identidad nacional y étnica, terror, campos de concentración, genocidio- para imponer a Israel sobre los palestinos.
Algún día habrá un análisis serio de la particular combinación que constituye el Estado de Israel: estado policial respecto a un pueblo inmediato invadido y una mentada democracia interna que sostiene el genocidio palestino, militariza todas las relaciones en todos los ámbitos de Israel, hace pública y legal la tortura, el asesinato, y todo avasallamiento del derecho de los agredidos.
Pero hoy por hoy hay algo más acuciante. Esta  no es una etapa más del genocidio.
Con Libia invadida, los países árabes bajo crisis en general inducidas -o suplantadas por invasiones, ejércitos mercenarios y terror, como en Libia- los EEUU avanzan en la ofensiva contra Irán y el control definitivo de cuencas petroleras y territorios estratégicos. Y  su aliado, el gobierno de Netanyahu se quiere llevar puesto al pueblo palestino a la vez que reafirmar su carácter de gendarme de Medio Oriente.
En tanto se producen avances y retrocesos en pos de una guerra que puede disparar una escalada bélica mundial, la mentada alianza entre ortodoxos y militaristas que se dice gobierna Israel parece no tener oposición interna de peso en su camino al exterminio palestino. Vale la pena repetirlo: una comunidad que durante milenios hizo de la verdad y su búsqueda un mito fundante, hoy sufre y reproduce las formas de perversión de la palabra que los nazis, entre otros, llevaron a su apogeo.
¿Cuánto puede caer una comunidad en esta vida signada por la mentira? Es una pregunta inquietante, pero parece una pregunta retórica cuando del otro lado de la frontera la muerte precoz por asesinato es moneda corriente.
Palestina no es una lucha más, es el posible genocidio inicial en el siglo XXI y una de las últimas manifestaciones del núcleo belicista de la globalización. Si la ofensiva prospera se estará marcando un sesgo definitivo para este principio de siglo.
No hay neutralidad posible: Hay que defender, apoyar y salvar al pueblo palestino. La consolidación de su Estado es necesaria hasta para la sobrevivencia del pueblo de Israel.

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