Cuatro buenas películas argentinas, dos con final globalizado
"El hombre de al lado", dirigido por Mariano Cohn y Gastón Duprat, fue considerado el mejor film de la producción 2010 por la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina, que le otorgó el Premio Sur” Tal la crónica de teleSUR Vi esta película hace un mes. A la semana vi “Sin retorno”. Antes, “El secreto de sus ojos” y “Carancho”. Una me fue llevando a la otra, un poco porque esperaba buen cine, otro por el placer de ver actuar a Darín, Aráoz, o a esas tan diferentes como magníficas actrices y mujeres que son Martina Guzmán y Soledad Villamil.
No me relaciono con cine mucho más allá de los sentimientos y sensaciones que me llevo al ver una película. Algunas me dejan pensando y lleno de afectos contradictorios, como las cuatro mujeres en Las horas o Henry Fonda en Doce hombres en pugna. Me disparo al cielo con en El Gran Pez o La historia sin fin” y aunque sé que esas cosas nunca pasarán, están más cerca de realizarse en el mundo que soñaran el Soficci o Hugo del Carril que en el mundo de Lelouch Salgo encendido cuando se exalta la militancia sin llegar a la estampita, como el día que vi. por primera vez La Patagonia Rebelde. Había leído el libro de Bayer, pero un solo gesto del Facón Grande que interpretó Luppi me disparó una emoción y una admiración que no había alcanzado con la lectura. Así como el odio que quedó asociado para siempre a los cuatro dedos levantados por el Coronel Varela, compuesto por Alterio. La revancha de ver morir al agente inglés - Marlon Brando- en Queimada, a manos de esos indígenas que usaba y despreciaba. O, años antes, cuando Vi al mismo Brando, en Rata de Puerto, caer una y otra vez bajo los golpes de la patota para mostrar a sus compañeros del puerto cómo resistir.
Afectos. Enojo, por ejemplo. Conmigo mismo tras ver En tierra Hostil, esa ganadora del Oscar 2010, previsiblemente paranoica y anti-todo. película en la que una comida típica causa más extrañeza que una matanza.
El cine es diversión, también rescate de personajes e historias. A veces genuino, a veces con los ojos del vencedor o de quien cree serlo, como en La Historia Oficial. Hace unos días, en un artículo que publicó en Página 12, Nathanson criticaba esa película por minimizar la importancia de la presidencia de Frondizi (¿a cuál de todas sus traiciones se referiría?) y por antagonizar el papel de Evita y el de Perón en sus primeros gobiernos. Creo que a mí me dolió más que a él esa película: tanto símbolo y tanto sufrimiento usados al servicio de afirmar sustento para la teoría de los dos demonios. El relator es quien el fin trae la razón a un siglo atravesado por antinomias inexplicables.
Somos un pueblo con mucha historia realizada y mucha negada. A veces la necesidad de no perder algún hecho nos hizo aceptar versiones tibias, domesticadas, en las que jugaban de héroes los malos, o adquirían importancia personajes que no llegaron ni a extras. A veces se silenciaron epopeyas, como Pino Solanas en Sur. Recrea los ´70, pero a la hora de mostrar una lucha obrera presenta un conflicto ¡de 1959!: el del Lisandro de la Torre. Al parecer, Pino quería presentar un conflicto exclusivamente peronista. Como desde 1968 a 1973 esa no era el sello de los conflictos obreros, nuestro cineasta se va al pasado. Una técnica fotográfica impecable convierte en pasos de baile la invasión policial y la suelta de animales por parte de los obreros, todo con fondo de la Milonga del Tartamudo, por Zitarrosa. Coreografía y sonido silencian y desaparecen por omisión al Sitrac Sitram, Luz y Fuerza, el SMATA Córdoba, a los zafreros de Tucumán, los metalúrgicos de Villa Constitución, las Coordinadoras y Mesas de Gremios en Lucha, la JTP. Como si el retorno de Perón no hubiera dependido también de estas luchas. Como si el peronismo no fuera justamente esa capacidad de nuestro pueblo de recuperar conquistas y confluir una y otra vez desde sectores diversos en busca de mayor poder. Luego Pino también escamotea el peronismo, su historia de confluencias, cuando presenta y oculta a los ´70 de ese modo.
Pero el cine también puede ayudarnos completar fragmentos, a alumbrar esos planos inalcanzables de nuestra historia, esa intersección del sentimiento, el mito y la memoria que termina de reunir los hechos populares en epopeya y nos condena a compartirla.
Eso es lo que me ocupa en las 4 películas citadas.
El Hombre del al lado me gustó mucho. Sus actuaciones, su trama, las sorpresas, el humor, los personajes que nos acerca.
Sin embargo, creo que su final es gratuito. Ese arquitecto que se fue degradando hasta lo deleznable en una lucha contra todos por puro prestigio, termina haciendo algo que no es propio de la mayoría de los argentinos. Una cosa es envidiar, discriminar, someter o imponer situaciones de superioridad, volver la cara a otro lado para no ver un pobre o un pibe que mendiga, insultar a quien es diferente y otra cosa muy distinta es dejar que muera desangrándose quien ha salvado a tu hija de un asalto a tu hogar y sus posibles consecuencias. Hay un abismo entre una y otra actitud: es necesario que se haya superado una barrera, la de usar la muerte de alguien, de alguien que ha dejado de ser un semejante, Se necesitan siglos de una cultura colonial, piratería, esclavismo, depredación, siglos de ir la guerra como vía de obtención de riqueza, para que esta conducta se “normalice” y masifique. En esa cultura que se va construyendo alrededor del beneficiarse de la muerte de otros es donde hay que buscar el origen de esos psicópatas que pueblan tanto las películas como las crónicas policiales de los EEUU, Inglaterra, etc.
Aquí, en cambio. los Roca, Varela, Massera, Videla, los horneros, las instituciones de seguridad en su largo entrenamiento de represión al pueblo, los genocidas y/o lúmpenes, minorías al fin, son quienes dieron ese paso en nuestro país. Nuestras gentes, nuestro pueblo, siempre quedaron del lado de las víctimas y hasta ahora no cruzan la línea de humanidad que les impide beneficiarse de una muerte. Nuestros sectores medios, parte de ellos, pueden haberse distraído de la existencia de campos de concentración, pero no cayeron en la delación masiva, ni en formas más activas de colaboración. El CDO, las bandas lopezreguistas, por fuera de los reclutados dentro de las fuerzas de seguridad, fueron sectas, sin alcanzar nunca la masividad de las SS, la SA, los camisas negras o pardas.
En El secreto de sus ojos, hay un logro superlativo al presentar, de forma creíble y nada afectada, ese entramado de lumpenaje, funcionarios venales y fuerzas represivas que caracterizó el aparato del genocidio: Justamente el otro logro es haber mostrado la dificultad del tipo común para enfrentar ese entramado. No se trata sólo de miedo, es que para el pinche de juzgado, borracho de boliche, abogado de cuarta, operario o mozo, no está planteada la posibilidad de torturar, matar, sobrepasar o equiparar la violencia que le propone el genocidio en marcha. En cambio, el héroe de esta historia es Sandoval, el personaje de Francella. Su heroísmo no consiste en matar 100 enemigos ni en rescatar a la doncella a fuerza de rebanar cabezas como querría Hollywood: Sandoval muere a manos de un comando parapolicial, en lugar de su amigo y compañero, al que salva guardando silencio. Ayudando al compañero, como quiere la leyenda que murió Cabral, como sabemos que fue asesinado Santillán. Guardando silencio, como los miles que callaron a tiempo salvando a decenas de miles
Pero esta película también tiene un final gratuito, estadounidense
Si en el caso de “El hombre…” rechazo el final desde una especulación que puede o no ser aceptado, el final del “El secreto…” es negado por los hechos, por la historia misma. En ocasión del Día de los Derechos Humanos, 2010 y la entrega del Premios del Bicentenario, que se produjo en el Salón de los Patriotas Latinoamericanos, en Casa de Gobierno, la presidente –CFK al referirse a las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo dijo“.siempre las he admirado (…), no solamente por los años de lucha, por la valentía, por arriesgar sus vidas, por esa terquedad, esa perseverancia. En realidad, lo que siempre más admiración me causó de todas ustedes, fue que nunca intentaran recurrir a la violencia, pedir venganza o pedir una pena de muerte; al contrario…”. Eso es lo que hicieron familiares y amigos de los secuestrados y asesinados, lo que hicimos los sobrevivientes que estuvimos en condiciones de algo: reclamar, denunciar, perseverar en busca de la justicia. Y ese es el aporte que hizo al conjunto de la humanidad la resistencia al genocidio. Por eso somos reconocidos en el mundo. Por eso nuestras madres y abuelas han alcanzado la universalidad como símbolos.
Se me escapa el motivo por el que Campanella se desliza a través de una trama admirable sin apelar a este capital simbólico para encontrar un final a la medida de nuestra historia. Él, que tan bien resolvió estos temas en “Vientos de agua” (José Olaya, Interpretado por Alterio increpa, ya entrado en años, al entregador y asesino de toda su familia. En ese momento comprende que no hay venganza, ni siquiera el ver lo que las enfermedades hicieron con el cuerpo y el ánimo del asesino). En Sin retorno quienes buscan venganza, los personajes de Sbaraglia y de Luppi encuentran, a la hora de poder concretarla, que ya no hay retorno: nadie le devolverá lo que perdieron ).
En Argentina no hubo vengadores individuales, ni mucho menos quien se vengara mediante el secuestro, quien cruzara la línea para convertirse en el otro, el genocida. El interesante e impredecible Morales que compone Pablo Rago deja de ser creíble en el mismo momento en que se perfila como el secuestrador y luego se confirma como carcelero clandestino del asesino de su mujer.
Con nuestras épocas de avances y nuestras épocas de derrotas, con nuestros momentos de solidaridad y de individualismo, nos asentamos en una historia de realizaciones colectivas, rica en traspiés cada vez que fuimos empujados al sálvese quien puede.
Por eso creo que vale la pena analizar qué espejo nos proponen estas películas. Hoy por hoy, es una batalla que vamos ganando: ni el vengador individual ni el garca sangriento son mayoría en nuestro país.
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