Esa noche caminábamos por las calles de Once como en círculos. No había ómnibus y el rumor se extendía sin origen cierto.
Era domingo, fin de mes, vagábamos entre centenares de jóvenes solos, en pareja, en grupos. A todos nos retenía la misma duda.
De madrugada, con Graciela entramos al único hotel abierto, no sé si en Catamarca o
Las habitaciones del hotel, al parecer todas iguales, se extendían a lo largo de un patio central. Por las inopinadas banderolas que coronaban cada puerta se filtraban los murmullos y hasta hubo quien se sumara desde su pieza a la conversación que sucedía en otra. En oleadas, el silencio dejaba su lugar a una catarata de comentarios que iban y venían sin destinatario preciso, chistidos de molestia, algún suspiro, una pausa y vuelta a empezar hasta que el rumor de las respiraciones y ronquidos convocó a los más remisos a dormir.
Se hubiera dicho que un mismo motivo nos juntaba en la noche en ese hotel. A todos
A la mañana siguiente, más bien tarde, volvimos a Rivadavia y los rumores.
Ya la radio había anunciado un paro cardíaco. Por una huelga de los gráficos no había diarios, así que tuvimos un recuerdo para Raimundo ¿Justo hoy?
No se qué hicimos Graciela, yo, los cientos que seguíamos dando vueltas, hasta que, horas más tarde, desde otra radio nos llegó una noticia que el día anterior ya no era tal: Perón había muerto.
Fue como si el tiempo se acelerara y a la vez todo se precipitaba sin orden fijo. Escuchamos que sus restos yacían en la quinta presidencial. De allí fueron llevados a
En el medio, una lluvia persistente puso a prueba la constancia de cientos de miles de hombres y mujeres, jóvenes, viejos, muchos con su mejor ropa, otros con lo que vestían al momento que los alcanzó la noticia, todos resumidos en mi memoria en aquella fila interminable que recorríamos con Graciela y algún compañero una y otra vez. Y sobre todo en el llanto de aquel colimba de guardia que estalló al paso del féretro justo en el momento en que Kichul Bae, fotógrafo de GENTE unió su destino al suyo al retratarlo en lo que seguro fue una de sus fotos más famosas. Ambos, Kichul Bae y el tipo, que casi 40 años después supe que se llamaba Roberto Bassie.
Y la lluvia, la mano de Graciela que llevaba días en mi mano, la fila que no avanzaba nunca, los diálogos que nos iban acercando a tanta gente de tantos lugares, desconocidos en quienes veíamos reflejarse nuestras preocupaciones y zozobras: 1º de julio de 1974, murió el Viejo, todo se cierra y ahora -como le dicen años después a Belgrano en la película- todo sería cuesta abajo. Quedaban atrás el luche y vuelve, el 25 de mayo de
En meses, Graciela y yo estaríamos en cana y ya nada sería como antes, tampoco entre nosotros.
Trato de volver a ese primero de julio y vuelve esa sensación de estar fuera del tiempo. Y en algún momento, seguro el 2 de junio, el diario de Montoneros, “Noticias”, con su titular, “Dolor” y el texto de Walsh como siempre filoso: “El General Perón, figura central de la política argentina de los últimos treinta años, murió ayer a las 13,15 horas. En la conciencia de millones de hombres y mujeres, la noticia tardará en volverse tolerable. Más allá de la lucha política que lo envolvió,
A 37 años de la muerte de Perón, a 66 del hecho fundacional con que el pueblo puso en marcha nuestro Movimiento, a pocos meses de la muerte de Néstor, nuestro gobierno, nuestro presente como país y como región, me dicen que la brújula de la historia volvió a girar. Y que en un proceso que otra vez nos junta y fortalece, el peronismo y nuestro pueblo –insisto- a más de medio siglo de aquel encuentro en
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